FRANCINE SECRETAN: 50 AÑOS DE TELURISMO
En 1929, el conde Hermann Keyserling llegó a la ciudad de La Paz. Este trotamundos alemán había escrito Diario de viaje de un filósofo diez años antes de su visita a una ciudad que se encontraba entre la modernidad y la premodernidad. En sus crónicas de viaje, Keyserling retrata lo que sus ojos observan y su mente sistematiza. Según Mariano Baptista Gumucio, en Breve historia contemporánea de Bolivia, la influencia del conde fue significativa para los pensadores que promovieron la mística de la tierra[1].
Una década después de la llegada del filósofo viajero, se fundó la revista Kollasuyo, impulsada por Roberto Prudencio Romecín, quien promovió la noción spengleriana de la sociedad. Tanto Prudencio como Keyserling —al igual que muchos otros intelectuales de la época— sostenían que los habitantes de esta parte del mundo eran esencialmente diferentes al resto. La tesis se basaba en la influencia de la geografía y la fuerza simbólica de las montañas, que supuestamente otorgaban características particulares a los nacidos en estas tierras. A este edificio teórico se lo denominó telurismo.
Guillermo Francovich, en su libro La filosofía en Bolivia, menciona que en un breve artículo publicado por Prudencio en la revista que dirigía, se resume así la filosofía del telurismo: “El paisaje modela el alma y determina el carácter del hombre”, y más adelante señala que “el alma del paisaje andino boliviano está formada por la montaña y el altiplano”[2].
Tras el cierre de la universidad durante la dictadura militar, se replanteó la Carrera de Filosofía con nuevas materias. Una de ellas fue la creación de la cátedra de Tiawanakología. Sin embargo, esta propuesta de sistematización del pensamiento y la cosmovisión andina alcanzó su apogeo con la publicación de Filosofía Andina del suizo Josef Estermann en 1998, y su segunda edición en 2006, publicada por el ISEAT.
Todo este caldo de cultivo —desde el indigenismo de Cecilio Guzmán de Rojas, con base en la Escuela de Bellas Artes, hasta el indianismo político de los años sesenta, con sus múltiples ramificaciones como el katarismo— desembocó en el gobierno de Evo Morales en 2006. En este nuevo escenario, las investigaciones dentro de las carreras de la UMSA comenzaron a abordar la problemática indígena desde una perspectiva cada vez más acrítica. El ejemplo más concreto de ello podría ser la creación de la Maestría en Filosofía Andina y Culturas en 2014 por la Carrera de Filosofía.
En síntesis, el terreno preparado por pensadores, políticos, filósofos e instituciones consolidó una visión particularista de la realidad andina, generalizando una idea de sociedad boliviana que se integró plenamente en el proyecto de país que el gobierno del MAS llevó adelante. Es necesario hacer este breve repaso de la historia de las ideas de la utopía andina y del telurismo pachamámico porque muchos artistas se suscribieron a esta construcción y reivindicación identitaria. El caso de Francine Secretan, en ese sentido, no es una excepción.
En sus más de cincuenta años de creación artística (1974–2024), Secretan representó al movimiento conocido como ancestralismo moderno. Esta corriente, impulsada inicialmente por el pintor Guzmán de Rojas y promovida por el gobierno revolucionario de 1952, buscaba capturar la esencia simbólica de lo boliviano y desarrollar una semiótica basada en la tradición cultural andina, con el fin de generar una vanguardia propia[3]. Valeria Paz, en un ensayo publicado en Bolivia: Los caminos de la escultura, señala: “Ambos [Ted Carrasco y Francine Secretan] se apropiaron de la lógica de los rituales aymaras a la naturaleza, escogiendo la ubicación de las esculturas en lugares del altiplano con particular significación en el mundo andino, y concibiendo sus trabajos en relación con el espacio circundante”[4].
En este marco, Francine Secretan puede ser valorada por su impulso a la escultura monumental, con una fuerte presencia de elementos totémicos y un sincretismo abstracto de la simbología andina. Esta propuesta artística fue evidente en su exposición de 2023, en el espacio Simón I. Patiño, con el título: Horizonte Sagrados. No obstante, aunque la energía impresa en sus obras es innegable, también se percibe una reiteración discursiva y representativa del mundo andino. Durante cincuenta años, Secretan consolidó un discurso artístico que ya estaba previamente trazado, sin cuestionarlo, confrontarlo ni criticarlo.
La representación excesiva de la simbología andina, la reiteración del discurso cósmico y la sobrevaloración de la ancestralidad rítmica de las formas —presentes tanto en sus esculturas como, más recientemente, en sus pinturas— desembocan en la imagen de un mundo con una sola dimensión. La potencia de sus esculturas se diluye en títulos repetitivos. Lo sagrado de sus formas y el tratamiento del metal en el espacio se vuelven estáticos en óleos que repiten un discurso relevante en los años setenta y en 2006, pero que hoy luce agotado. Aunque Secretan forma parte de la generación de los últimos grandes maestros de la escultura boliviana, y su discurso artístico sonó como un canto de sirenas que nos invitaba a recorrer su imaginario escultórico, hoy esos cantos se han vuelto murmullos de un mundo que se desmorona al haber sido absorbido por la política dominante.
Lamentablemente, Secretan no logró generar un nuevo discurso en sus 50 años de producción artística. Se sumó a un movimiento en el momento justo para brillar, generó propuestas dignas de aplauso y expandió los márgenes de la narrativa visual de la escultura en Bolivia. En otras palabras: encontró una fórmula exitosa y no incorporó nuevas variables para interpelarse desde otros espacios, símbolos e imaginarios. Dicha fórmula fue reforzada por intelectuales romantizados con el mundo andino, obsesionados con rescatar una identidad ancestral y construir una visión del mundo basada en el telurismo, con el propósito de reivindicar al ser de carne y hueso de las tierras altas. Estas buenas intenciones, sin embargo, se tornan retóricas vacías cuando se observa que las obras de Secretan pasan desapercibidas entre los transeúntes de la ciudad —posiblemente la más andina, mística y telúrica de Bolivia—: El Alto.






Tanto los intelectuales, filósofos y artistas telúricos del siglo pasado como Francine Secretan contribuyeron a la construcción de un imaginario idílico del mundo andino. Edificaron estructuras teóricas traslúcidas para observar desde lejos la realidad que decían representar, nublando o edulcorando su pensamiento frente a los beneficios simbólicos y económicos que les ofrecía la adhesión a un discurso favorable y poco incómodo para las esferas del poder —fuesen estas intelectuales, artísticas o políticas—. El homenaje de sus 50 años de producción artística, también tiene que ser analizada de manera crítica y no sólo desde los márgenes del elogio. ç







[1] Mariano Baptista Gumucio, Historia Contemporánea de Bolivia, México DF: FCE, 1996, p. 194
[2] Guillermo Francovich, La filosofía en Bolivia, La Paz: Juventud, p. 232
[3] Valeria Paz, Dos caminos paralelos; la escultura y las prácticas experimentales en Bolivia entre 1960 y 2008, en: Bolivia, Los caminos de la escultura, La Paz: Fundación Simón I. Patiño, p. 238
[4] Ídem, p. 245
Muy interesante la propuesta inicial de la escultora que en transcurso del tiempo se afianza en alimentar un peligroso andinocentrismo, exacerbando la construcción imaginaria externa de una cosmovisión que no tiene explicación teórica ni práctica al interior de las culturas andinas que estas ideologías pretenden representar, omitiendo e ignorando la diversidad cultural de Bolivia.