MÁS DE LO MISMO Y ALGUNAS SORPRESAS
[CRÍTICA A TRES EXPOSICIONES: SALÓN CECILIO GUZMÁN DE ROJAS, GALERÍA CHROMA Y EXPO ESBA–ANBA]
Convengamos: el tiempo es valioso. Cada minuto que pasa es un minuto menos para nosotros. El tiempo avanza, su palpitar es continúo. Aunque no tengamos un reloj en nuestra muñeca o hayamos silenciado la alarma de nuestro despertador, el tiempo sigue ahí; avanzando. Resulta curioso, por otro lado, que todo el tiempo de nuestro planeta tierra signifique unos cuantos minutos en el calendario cósmico propuesto por Carl Sagan, donde cada mes son 1250 millones de años, cada día 40 mil años y cada segundo unos 500 años de nuestra historia. En consecuencia, nosotros somos un parpadeo en la obra del tiempo cósmico.
Recorrer la inmensidad del cosmos resulta tan fascinante como visitar una muestra de arte en un museo o en una galería. En ambas, evidentemente, se requiere de tiempo. Al estar frente a una obra, una propuesta de arte, tenemos dos opciones. Decir que el tiempo fue insuficiente para poder apreciar esa obra que no volveremos a observar, pero nos sentimos satisfechos por haber invertido todo el día en apreciarlo. La segunda opción es sentirnos enfadados con nosotros mismo por haber invertido 10 minutos en apreciar toda la exposición, y quedarnos además con la sensación de haber sido engañados. Esto porque parece que un pequeño ladroncillo robó nuestro tiempo, y, sin ser eso suficiente, no podemos presentar una denuncia.
Ambas opciones se reducen no a términos subjetivos, sino concretos. El tiempo es un determinante que no cambia ni para el artista ni para el espectador. Sin embargo, el artista nos invita a apreciar sus obras, su mundo, su universo. En otras palabras, el artista espera que nosotros, autónomamente, invirtamos nuestro tiempo para apreciar sus cuadros. En compensación a ese tiempo invertido, lo que debería ofrecernos el artista es algo que no nos haga perder el tiempo, o, en contraposición, sentir que nos faltó el tiempo para fascinarnos con su mundo.
Podemos apreciar, en ese contexto, la exposición de acuarelas que estuvo en la Galería Chroma, en San Miguel, la exposición de los ex-estudiantes del ESBA–ANBA, que se encontraba en la Casa de la Cultura, y, por último, las exposiciones individuales de José Rodríguez y Remy Daza, en el Salón Cecilio Guzmán de Rojas.




En la exposición del Salón Guzmán de Rojas, se puede comenzar con una pregunta: ¿cómo sabemos que un artista es cochabambino? Pues, muy simple: pinta paisajes. Tanto José Rodríguez como Remy Daza son cochabambinos y nos deslumbran con cuadros que representan paisajes idílicos, pero sin mayor profundidad reflexiva ni filosófica; por otro lado, vemos mujeres desnudas que no muestran sensualidad; al contrario, son distantes, frías e incluso pasivas. En el caso de José Rodríguez, sus paisajes son repetitivos en la propuesta y sus personajes, que, aunque se mezclan con el entorno, creando montañas y nevados, no desembocan ni fuerza ni narratividad. Resulta, por lo mismo, penoso ver a artistas con una excepcional técnica y aún con energía para pintar que sigan realizando representaciones de paisajes rurales o semiurbanos, a lo largo de toda su vida. Esto puede ser porque se enfrascaron en un lugar común y pasivo que, posiblemente, se enmarque en la demanda del mercado.









Al mismo ritmo de la representación de paisajes expuestos en el Salón Cecilio Guzmán de Rojas, en abril y mayo, se puede seguir la propuesta de la exposición colectiva en la Galería Chroma titulada: ‘Cuando el agua tiene color’. En esta exposición encontramos a artista como Olga García, Rene Botelho Percip, Mónica Rina Mamani, Javier Fernández y Edgar Quispe.
Muchos de ellos presentaron obras centradas en bodegones y paisajes. En otras palabras: hubo más de lo mismo. La diferencia entre los artistas que expusieron en la Galería Chroma radica en la técnica y el tratamiento compositivo. No obstante, cabe puntualizar lo siguiente. En el caso de Rina Mamani la obra ‘Se queda vacía’ presentaba un evidente acalaminado en la obra. Además, ese vaciamiento, tomando como referencia el título de la obra señalada, se puede observar en su mensaje. Asimismo, las obras de Javier Fernández falta que podamos apreciar algo más que su impecable técnica. En el caso de José Botelho paso lo contrario. Su técnica es demasiado saturada, al punto de parecer intentos de acuarela, sobre todo cuando vemos su serie de flores. Pero resulta contrastante cuando vemos sus paisajes de tierras bajas como ser ‘San José’ y ‘Palafitos’. Estas dos acuarelas sobresalen dentro de la repetición de paisajes semiurbanos y cosechas cochabambinas. Cosa que Botelho vuelve a representar. La parte excepcional de la exposición, aunque muy pequeña, es cuando Edgar Quispe se acerca a la mancha más que al paisaje periurbano. Y realiza obras como ser ‘Primera Vista’, ‘Colibrí espátula’, ‘Colibrís’, ‘Instinto’ y ‘Sin título I’.






El caso de la exposición de los ex estudiantes de los institutos de formación artística ESBA–ANBA, denominada Tantachäwi, en la Casa de la Cultura, se pudo observar muchísimos errores. La cantidad de obras recicladas era exuberante, la falta del dominio de la técnica era evidente, la desprolijidad hacía gala, y no encontrarse con una propuesta firme y con carácter se apreciaba a simple vista. La muestra debería haber sido suspendida. Esto para evitarse bochornos. No obstante, también se pudo evidenciar que había obras que resaltaban. Ese es el caso de Silke Cruz con obras en la técnica del grabado; Herlando Balboa y Carla Mariño en acrílico; Aníbal Jurado en Mixta; Rodrigo Campos en Dibujo; Juan Heredia y Oscar Condori en tallado en madera.









En suma, las exposiciones de los artistas no deberían estar enmarcadas en que el espectador le debe un favor al artista; al contrario, el artista debería reflexionar que el espectador invierte su tiempo para observar algo que le saque de su cotidianidad, del ajetreo del trabajo y la ciudad. El artista debería analizar, por un lado, que sus obras no deberían resultar una perdida parcial o total de tiempo, y, por otro, que sus propuestas no sean algo más de lo mismo, donde lo único que destaca es la técnica, pero no el contenido. Carl Sagan decía: “la vida es sólo un vistazo momentáneo de las maravillas de este asombroso universo, y es triste que tantos la estén malgastando soñando con fantasías espirituales”. Cambiando un poco la sentencia del astrofísico y divulgador científico, podríamos decir: la vida es sólo un momentáneo frente a las maravillas del asombroso universo del arte, y es triste que tantos malgasten su tiempo observando y representando más de lo mismo.