Una crítica a la metáfora del zapador y del labriego [Diálogo I: Luis Claros y Martín Mercado]
En un día frío del 7 de septiembre de 2017, el Centro de Estudiantes de la Carrera de Filosofía, Arje, realizó el primer ciclo de conferencias entre dos investigadores: Luis Claros y Martín Mercado. Ambos representan a la nueva generación de docentes de la Carrera. Decimos que es el primero, pues, este tipo de parlamentos marca una nueva forma de entender los diálogos, dentro de nuestra casa mater, porque no tiene el formato de monólogos herméticos, monolíticos y monocordes. En cambio se privilegia la visión confrontada y abierta, lo cual dinamiza el ir y venir de ideas.
La noche avanzaba y ambos, en un aula llena, empezaron a dialogar sobre la temática que versaba: La filosofía en nuestro tiempo ¿para qué? Mercado provocaba desde una postura purista de la filosofía. En cambio, Claros proponía un acercamiento polivalente.
Sin embargo, ambos coincidieron que la comprensión del filosofar, más que el rol de “la” filosofía en relación con la ciencia es un acto arbitrario de la imposición de la ciencia positivista en pretender criterios de objetividad, validez y veracidad. Los expositores, con prudencia, enfatizaron que existe una distinción entre: ciencia y filosofía; sociedad y filosofía; realidad y filosofía, y, por tanto, entre filosofar y verdad. Sin entrar en un detalle minucioso de las posturas de cada uno, podemos decir lo siguiente. Por un lado, Mercado presentó una postura del filósofo, que no sólo debería analizar la justicia sino que debe ser justo en sus actos, lo cual promueve un compromiso ético-político-existencial consigo mismo y, por ende, con la sociedad. Claros, por otro lado, planteó que el filósofo es aquel que cumple una doble función, es decir: entre un ser altamente pragmático que reconoce lo ideológico por medio del lenguaje y los símbolos, y, en otros momentos, como un partido de fútbol o un concierto, es un desconectado de la realidad. Estas posturas claramente contrapuestas que se manifestaron en diálogo, dieron paso a dos metáforas a las cuales les dedicaremos nuestra atención.
Claros, en una de sus intervenciones, postulaba que el filósofo es como el zapador –imagen metafórica al igual que Foucault relaciona con el artificiero–. El zapador es el que abre caminos en medio de la confrontación armada, levantando trincheras para protegerse y atacar al enemigo. Por otro lado, Mercado, en forma de alusión a Claros, postuló la metáfora del campesino –planteada por Heidegger–, que, en vez de abrir trincheras, abre la tierra para la siembra.
Estas dos metáforas, de cierta manera, sintetizan los criterios y puntos de vista tanto de Luis Claros como de Martín Mercado; pues, aquel piensa, por ejemplo, que el filósofo está en un campo de luchas antagónicas, confrontadas y situadas, desde una defensa/ataque en donde construye trincheras, puentes y, obviamente, trampas, las cuales son armadas por el lenguaje. Martín Mercado, por su lado, piensa que el filósofo, al filosofar, –al estilo de Carrasco de la Vega y por tanto de Heidegger– es un campesino que surca la tierra para la siembra, esmerada y pacientemente, de sus productos. Los cuales provee al gran desconocido, es decir: al otro de la ciudad.
Las dos metáforas pedagógicas y dinámicas expresan el papel del filósofo frente a la sociedad. Sin embargo, estas imágenes son problemáticas en lo siguiente.

El zapador refleja que esas trincheras de lucha se dan por el lenguaje donde, al final de cuentas, el cuestionador entra en una confrontación. Es decir, en una disputa abierta hacia las trampas del lenguaje, del discurso, del significado y del significante que realiza el zapador. Este atrincherado es, también, un amoroso de los símbolos, y, por tanto, un frenético defensor de lo propio frente al desconocido, que es el invasor o protector de otras trincheras. Por tanto, no es un conciliador, pues, defiende lo que ama porque no puede, aunque sea como recurso pedagógico, defender lo que odia.

El segundo, el labriego, es más conservador que el primero en lo siguiente. Al concebir que el zapador defiende lo que ama, porque no puede defender lo que odia. El labriego, en cambio, no defiende ni ama, porque está suspendido en el límite de lo moderno y lo premoderno. Su actitud, además, es dadora, omniproductora y sobrevalorada. Aclaro éste punto. El labrador cree, ingenuamente, que es reconocido porque ofrece su producción al otro desconocido que lo valora y lo necesita para su subsistencia. Además, –según Mercado– el labriego comprendería mejor las necesidades de lo urbano, porque tiene una distancia frene a ella.
Los puntos en común es que ambos no creen ser portadores de algo, pero son defensores de un determinado territorio. Por tanto, aunque el zapador sea más confrontativo, arriesgado y audaz; sus impulsos, por los cuales se mueve, son altamente conservadores y territorialistas, en el mismo sentido que el labriego. Por otro lado, el labrador al encontrarse en ese aparente distanciamiento, no comprendería el complejo mundo moderno que pasivamente observa, porque es más dinámico, convulsionado y frondoso que su pequeño paraíso terrenal.
A pesar de que ambos, zapador y labriego, se enfrentan o se desenvuelven frente al otro; ninguno de los dos se arriesga a analizarlo, y, en consecuencia tampoco a ponerse en duda. Pues, ambos, protegen y protegerán: la patria chica, el amor irracional a la pertenencia y el deseo de aceptación a un grupo que los reconozca.
Manifestamos esto, porque ninguno se alejó de los lugares comunes y reiterativos de las metáforas creadas por Foucault y Heidegger. En otras palabras, no cuestionaron la metáfora de origen y sus implicaciones. Empero, aunque el labriego haya enamorado con su postura fría, calma y antiescéptica al público de la tertulia. El zapador, en cambio, fue más analítico frente a la batalla. Lo cual le favoreció –no enamorando al público con sus productos agrícolas–, para promocionar el enlistamiento; pues el zapador, más que el labriego, conoce la ciudad y los modos de como interactuar frente a sus habitantes.
No obstante, agradecemos a Luis Claros y Martín Mercado, por arriesgarse a estas aventuras que enriquecen, favorecen y promueven el diálogo y la reflexión en tiempos de crisis. Felicitamos, también, la iniciativa del Centro de Estudiantes de Filosofía de la UMSA, Arje, por desarrollar este tipo de actividades, y esperemos que no sean las únicas.




