UN GRAN PREMIO INMERECIDO 

[CRÍTICA A LA EXPOSICIÓN SOL ROJO DE RAN KUROSAWA (REYNALDO J. GONZÁLES)]

La sociedad boliviana es titulocrática. La mayoría de las personas, a lo largo y ancho de nuestro territorio, piensa que el cartón hace al profesional y no a la inversa. No es ninguna casualidad que los abogados pidan ser llamados “doctores” sin que se les ruborice el rostro. Esta tendencia tan marcada, evidentemente, viene de la época colonial. En ese contexto, los títulos mobiliarios y académicos eran un prestigio para sobresalir frente al resto de los mortales. Posteriormente, en la época republicana, el nacimiento de los llamados “doctorcitos” venía de la mano de una clase social en ascenso (mestiza), de una división de estratos étnico-culturales (blancos-mestizos-afros-indios) y de una oferta académica que se restringía a estudiar la carrera de Ciencias Jurídicas. Los doctorcitos, en consecuencia, eran los hijos de bien de una familia que buscaba mejores días, intelectuales que habían realizado viajes a Europa y habían publicado algún libro de corte novelesco, y malabaristas que buscaban conquistar el amor de una bella dama al obtener una silla en las altas esferas políticas. Así lo retrata, por ejemplo, Armando Chirveches en su fantástica novela “La candidatura de Rojas”.

Rojas, en la novela, es un joven que busca conquistar el corazón de su amada por medio del reconocimiento social y, sobre todo, por ser llamado “Doctor”. En medio de ese interés terrenal, se retratan los entretejidos de la política boliviana a comienzos del siglo XX, donde se muestra el oportunismo en las altas esferas gubernamentales y todas las bajezas morales para obtener el famoso título. La radiografía que hace Chirveches de la vida política no es muy lejana de la vida artística. La relevancia de la titulocracia se refleja en la mentalidad colectiva de los administradores de cultura a través de frases como “cuántos reconocimientos tiene el susodicho”, así como dentro de los espacios artísticos por sentencias al rededor de “qué premios ha obtenido”. El espíritu colonialista de la sociedad boliviana sustenta y fomenta la opinión generalizada de que la cantidad de cartones colgados en la pared es superior a la calidad de las investigaciones producidas.

El caso de Reynaldo J. Gonzáles no es distinto. Su producción artística se limitó solamente a presentarse en concursos para obtener alguna distinción. Al punto de obtener, de manera inmerecida, el Gran Premio del Salón Pedro Domingo Murillo en su versión 71 con su dibujo, que no estuvo presente en su exposición en la Casa de la Cultura, titulado: ‘Una casa en llamas’. (Leer la crítica en el siguiente enlace: http://bit.ly/45bGHs5).

En su tercera exposición individual, titulado ‘Sol Rojo’, sus pinturas y dibujos se agrupaban en tres series. La primera, con cuadros abstractos tomando como inspiración la pintura japonesa abstracta. La segunda, con retratos a bolígrafo rojo de actores y directores de cine. Por último, las pinturas de figuras femeninas con rasgos asiáticos de medio cuerpo. El conjunto de las tres series no contenía una coherencia interna, tampoco una relación progresiva de una narrativa visual. En suma, no había una propuesta artística. 

Las abstracciones se presentaban como un intento de experimentar con la técnica del acrílico, la tinta china y la acuarela. ‘Destellos’, por ejemplo, presentaba las líneas de composición en el soporte, el uso del material no era consistente y el resultado fue un cuadro sin la intención de conquistar al espectador. La serie de cuadros abstractos buscaba sostenerse en el trazo de la pintura japonesa de ramificación abstracta; pero, para esa intención, se requiere de un equilibrio interior que se exprese externamente en la fluidez. Asimismo, se requiere de una armonía entre la tranquilidad del trazo y la fuerza expresiva de la paleta. Reynaldo, en este sentido, se decantó por una abstracción sin energía espiritual y con carencia en el trasfondo de la filosofía sintoísta, donde un trazo es una meditación. Se puedo observar de manera más clarividente, en la falencia de la consistencia abstracta en sus seis cuadros titulados ‘Rojo’.

S/T
Rojo
Rojo 1 - 6

Los retratos a bolígrafo, que eran la segunda serie de cuadros, parecían estudios de la técnica y el material más que obras para presentarse en una exposición de un artista que se toma su profesión de manera comprometida. En ‘Takeshi Kitano’, las orejas están inacabadas. En ‘Akira Kurosawa’, el acrílico que recubre el retrato sobrepasa los límites fijados de la cabellera, específicamente en la parte derecha del cuadro visto desde el espectador. En ‘Scorsese’, se notan los residuos de la goma y la nariz no tiene sustento anatómico con relación a la luz. Este aspecto, es decir, la falta de dominio de la luz para estructurar los rostros de sus retratos, se ve reflejado en todos los cuadros hechos a bolígrafo. Sin ser suficiente esta falencia, se puede observar las líneas cuadriculadas que le ayudaron a componer los rostros al traspasar de la fotografía de referencia al cuadro final.

Akira Kurosawa
Scorsese
Pasolini

Así como se puede percatar de una falta de dominio en los materiales y en la pulcritud. También existe una falta de dominio en la anatomía con relación a la luz proyectada para componer una figura sólida. Esto se puede apreciar en la tercera serie de trabajos. ‘Cántaro Rojo’ carece del dominio del escorzo la mano —sobre todo el pulgar— que soporta el cántaro y el antebrazo es más largo de lo normal con relación al cuerpo. La postura de la cabeza en ‘Último Otoño’ no responde al movimiento natural del torso y las manos están mal resueltas. Caso parecido sucede con la mano izquierda de ‘Manzana’, donde, además, los pliegues del suéter no se sostienen con el movimiento del brazo extendido. El error más reiterativo, sin embargo, es la falta de dominio del material y el querer ocultar las graves falencias al colocar vidrio difuso. Este último punto es más notorio en ‘Sol Rojo’.

Cantaro Rojo
Último otoño
Manzana
Sol Rojo
Detalle de Sol Rojo

Reynaldo Gonzáles (Ran Kurosawa), por otro lado, enfatiza en querernos convencer que solo pinta y dibuja —como dice su post de Facebook antes de su exposición— por diversión, por alivio mental, porque puede y nada más. Por tanto: no debemos juzgarlo. Creo que al obtener el Gran Premio Pedro Domingo Murillo se debe hacer todo lo contrario a sus peticiones; es decir: juzgarlo, criticarlo, cuestionarlo. El ganar un premio y hacer una exposición viene con una carga de responsabilidad. La ética profesional, asimismo, no se sustenta en obtener un catalogo de títulos; al contrario, se sustenta en presentar un trabajo de calidad. En consecuencia, el obtener un reconocimiento monetario y una distinción no debería comprenderse como un juego de lotería o de beneficencia pública. De esa manera, el apelar a no ser juzgado porque hace algo por diversión —cuando ya es ganador de concursos varios— es no tomarse enserio en su trabajo como artista y no tomarnos enserio como público espectador. 

Peticiones de este tipo y cuadros de esta categoría por parte del ganador del Premio Domingo Murillo 2023, perjudican al gremio artístico, menoscaban el trabajo cultural de entidades destinadas a fomentar concursos y obstaculizan el desarrollo de la historia del arte en el país. El realizar concursos que estipulen que sí o sí se debe premiar a alguien provoca este tipo de acontecimientos. De la misma manera, la titulocracia en la sociedad boliviana está generando una vorágine de ciudadanos sin ética profesional, faltos en la producción dentro de sus rubro y con títulos académicos que no responden a las exigencias de un mundo desarrollado e interconectado. Lo más sensato —aunque irreal a estas alturas— sería que Ran Kurosawa devuelva el premio Pedro Domingo Murillo. Este gesto hablaría mucho mejor de Reynaldo Gonzáles que todos sus premios obtenidos hasta la fecha. 

[ Embocadura ]

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