TIERRA NEGRA SIN VERGEL
[CRÍTICA A LA EXPOSICIÓN DE CORINA AGUILAR]
En la cosmovisión andina se considera a la ‘tierra negra’ como símbolo de fertilidad, prosperidad y buena salud. Desde la Edafología —la ciencia que estudia los suelos— se afirma que la tierra de color negra es una de las más ricas en nutrientes para la agricultura. Ambas formas de reflexión, en consecuencia, convergen que la base para tener un jardín que despierte envidias es contando con una tierra fértil.
Para hacer un vergel, por ende, destinamos todas nuestras fuerzas. Pensamos en el tipo en que vamos a cosechar o plantar. Asimismo, planificamos si utilizaremos, para nuestro cometido, semillas o tallos. Todo nos da a entender, en contraposición, que, si mezclamos diversas plantas, conjugamos los nutrientes y cambiamos en el camino el propósito de nuestro jardín, habremos invertido tiempo, recursos y esfuerzos en vano.
Parcialmente, este es el caso de la exposición de Corina Aguilar, con el sugerente título de ‘El vergel de los reflejos’ que se encuentra en el Museo Nacional de Arte. En dicha exposición encontramos 15 óleos, en mediano formato. Los cuadros se caracterizan, a rasgos generales, según el curador Osvaldo Cruz Llanos, en “crear metáforas visuales sobre las mujeres y Natura, en composiciones circulares que asemejan poemas que giran en torno a nidos y libertades, aunque también aluden, en cierto modo, a las atmosferas tormentosas del altiplano”.

En la exposición de Corina Aguilar podemos observar una riqueza en nutrientes, un vergel en crecimiento, una tierra negra presta a cosechar lo sembrado. En otras palabras, sus obras realzan el buen tratamiento de la técnica y podemos converger en darle elogios por la capacidad de crear imágenes. No obstante, la propuesta narrativa para recorrer la muestra y la temática utilizada echan a la borda todo el trabajo realizado.
El Vergel de Corina es un reflejo opaco de lo que podría efectuar. Las falencias, sobre todo, recaen en armar un hilo conductor coherente que nos invite a explorar su mundo imaginario. El universo de imágenes de Aguilar se contradice y tropieza en resultados que estaban alejados de su idea principal; el cual, buscaba reflejar la fuerza femenina.
El primer cuadro que vemos en la muestra, a mano izquierda de la sala de exposiciones, es una mujer de perfil y desnuda con el título ‘Despertar’. El siguiente cuadro es ‘Reflejos’ y acompaña a este ‘Corazón de luces’. Ya en estos tres cuadros podemos apreciar que no hay una relación entre ellos. ‘Despertar’ y ‘Reflejos’ son contrapuestos en cuanto a narrativa y composición. En ‘Reflejos’, por ejemplo, vemos tres rostros en figuras amorfas suspendidas en una explosión de colores. Seguidamente, tenemos ‘Corazón de luces’, donde una mujer altiva nos mira con mirada felina, como los dos gatos que le acompañan.



Si hasta aquí no sabemos por dónde va la muestra, nos llevamos una sorpresa mayor al encontrarnos con ‘Caminantes’. Cuadro con fuerza y contenido, pero realizado en 2018. Cabe además decir que es el único cuadro, en esta exposición, que lleva fecha de realización. En las ocho figuras estilizadas, que se encuentran en un mundo de esferas suspendidas y colores vivos, la obra nos transporta a una exploración de una realidad diferente. Sin embargo, así como sucedió en los tres primeros cuadros, Corina decide presentarnos: ‘Silencios que hablan’, donde pinta un paisaje andino sobrecargado de colores y figuras geométricas. Alado de ‘Silencios…’ está ‘Valerosa’, retrato de un rostro femenino a gran tamaño, pero con evidente desproporción en la nariz. De Silencio a Valerosa, nos topamos con ‘Puñal’. Pintura de dos amantes que se abrazan en un remolino y, en primer plano, flota un cuchillo de cocina.





En esta primera parte de la exposición, ya hemos recorrido cuadros intimistas, retratos alegóricos y propuestas compositivas que rozan el orfismo, pero con énfasis en colores fríos. En la pared del frente de estos cuadros, sin embargo, tenemos una propuesta diferente. Por un lado, hay cuadros semiabstractos que se muestra la ciudad como ser ‘Tempestad I y II’, y ‘Supervivencia’, y, por otro lado, están los abstractos como ‘Nocturno’, ‘Con el alma’ y ‘Desfigurado’. Alejándonos aún más de la propuesta inicial.






Por último, tenemos tres cuadros en la pared principal del Patio de Cristal, donde aparecen un conjunto de mujeres. Posiblemente, estos son los que deberían ser los conductores del ‘Vergel de los reflejos’. Aunque algunas de sus obras ya estaban en otra exposición efectuada en los Tajibos de Santa Cruz el 2022, denominado ‘Entre la melodía y el tiempo’. Ahí encontrábamos a ‘Musas’ y ‘Heridas’.
En esta nueva composición expuesta en MNA, a los dos cuadros anteriores se suma ‘Cristal’. En ‘Musas’ vemos a mujeres en grupos de tres, que se encuentran en un jardín, posiblemente de hojas de coca; posteriormente, en ‘Cristal’, están otro grupo de tres mujeres, en poses típicas de las tres gracias de la antigua Grecia, y, por último, tenemos a una sobrecarga de mujeres en ‘Heridas’, donde se mezclan cuerpos, y parte de ellos, —como piernas y cabezas— con flores y fauna.



En la muestra de Corina Aguilar, en suma, vemos un jardín con abundante tierra negra, rico en nutrientes y exuberante en manufactura. Lo que falta, sin embargo, es remover el matorral que no deja apreciar la variedad de flores que quieren ver la luz con su pincelada.

