¡SEÑOR, HAY UN PELO EN MI CUADRO!

[CRÍTICA A LA EXPOSICIÓN FORMAS DE LUZ DE FERNANDO ANTEZANA]

El Capitán Diego Rivera es un hombre delgado y enjuto, de trajes finos y gustos refinados. Él, jubilado del Estado Mayor del Ejército, en la época que servía a la patria, nunca pudo dedicarse a su verdadera pasión: el arte. Por ese motivo, destina toda su jubilación a comprar obras de arte que se presentan en las galerías de la ciudad. En la actualidad cuenta con un centenar de cuadros en su hermosa casa, estilo  brutalista, que se encuentra en las faldas de los cerros de La Rinconada; la cual es la envidia de todo el vecindario.

Una mañana de julio, después de desayunar, como era de costumbre tenía en sus manos varios periódicos e invitaciones. Mas la que resaltaba a sus ojos, entre todas las demás, era la invitación de Altamira Galería. Era la exposición 089. El Capitán, como ya era habitual, al ver este tipo de invitaciones, alistaba sus mejores telas para cubrir su cuerpo que empezaba a llenarse de estrías, pliegues y arrugas. Todas ellas producto del tiempo que lo consume todo.

En la noche, en la inauguración, El Capitán Diego Rivera se sentía como pez en el agua. Todos los saludaban y todos le decían al estribillo: Mi Capitán, buenas noches; mi Capitán ¿cómo está usted? Mi Capitán, ¿desearía una copa de vino o una de whisky? Era como si todos se cuadrarán frente a él y lo recibieran con los más distinguidos saludos. Pero, no faltaba más, él es un leyenda viva frente a los mortales que se encontraban observando los cuadros en la Galería.

Al poco tiempo, El Capitán había comprado una buena cantidad de cuadros. Para ese negocio, evidentemente, recibía los consejos de su nieto que se dedicaba al derecho. El doctor de las leyes se creía, por haber cursado esa hermosa carrera, poseedor de la verdad absoluta. Ambos hacían una pareja envidiablemente querible por todos, ya que sus opiniones eran como agua en el desierto. En efecto, nadie podía refutarlos ni corregirlos, pues era como cuestionar al mismísimo presidente del Estado.

Al llegar los cuadros a su casa, El Capitán empezó a contemplarlos con mayor detalle. Los miraba como un ferviente fraterno frente a las pantorrillas de un china morena; como un hambriento frente a una rebanada de pan; como una santa frente a sus santos. Los cuadros de dimensiones varias eran del artistas autodidacta Fernando Antezana. Un ganador absoluto de todos los premios del país, que solo le falta el Pedro Domingo Murillo.

Al poco tiempo, los ojos brillosos y blancos del Capitán empezaron a llenarse de un rojo intenso. La mueca de sus labios, pasaba de alegre a malhumorado. El Capitán cambio de semblante, porque había encontrado minúsculos filamentos en los cuadros. Pensó que llamar al galerista era una descortesía; aunque ganas no le faltaban. Los argumentos para hablar con el galerista, no se hilaba en su inteligente cabeza de militar retirado. La única luz que veía en el camino, era la de llamar a su nieto. Cosa que hizo en el acto.

— Hola. Buen día. Con el Doctor Efraín Rivera, por favor —dijo El Capitán como dando una orden—

— En un momento le comunico, Mi Capitán, respondió la asistente del buffet Rivera y Asociados.

— ¡Abuelo, hola…! Perdone… Mi capitán, ¿en qué puedo ayudarlo? —respondió el nieto con la voz entrecortada y temblorosa por darse esas licencias—.

— Hola. Mira. Acaban de llegar los cuadros que compré del gran artista cochabambino, Fernando Antezana. ¿Si..? Debo decirte que son tan hermosos como un paisaje valluno. ¿Si..? Pero…

Al momento de escuchar ese pero de su abuelo, Efraín sabía que algo no andaba bien. Sabía que El Capitán no estaba conforme.

— ¿Qué paso, Mi Capitán? —preguntó el protector de las leyes—.

— Mira. Encontré un cantidad de pelos, pelusas y cerdas.

— Perdón, Mi Capitán —interrumpió el nieto— ¿dijo… cerdos? No le escuche bien por la señal.

— ¡No..! dije CER-DAS. ¡Filamentos, pues! —Gritó el abuelo al auricular—.

— ¡Okey..! —llegó a responder Efraín, con algo de indignación y repulsión—.

— Entonces… No sé si eso es bueno o es malo —titubeó, El Capitán—.

— Estoy buscando, en este momento, información. Lo que sale, Mi Capitán, son versos poéticos de un tal Ricardo Rocha, a una exposición realizada recientemente en Cochabamba de varios artistas de ese departamento, donde esta Antezana. Y… —sostuvo la respiración para dar énfasis—, una largo escrito de un tal Eynar Rosso. Déjeme investigar bien, Mi capitán, y a las 1300 horas le presento mi informe sobre este caso.

— Sí, muy bien. Hasta luego.

Ambos colgaron el teléfono. El Capitán se colocaba en un rincón de su casa de La Rinconada con algo de molestia e indignación. El abogado, por su parte, empezaba a leer los escritos que había encontrado, pues, tenía asuntos que atender y la hora jugaba en su contra. Al terminar de leer los escritos, empezó a buscar un posible contacto telefónico para tener más datos y dar un reporte acertado a su abuelo. Preguntando y preguntando, pudo dar con el teléfono del tal Eynar Rosso.

— ¡Buenos días! Soy el abogado Efraín Rivera, de Rivera y Asociados.

— Buenos días —respondió el crítico con algo de sorpresa—.

— Mire, le llamo por las críticas que escribió. Muy interesantes —dijo el abogado en un tono displicente y por mera cortesía—.   

— Gracias… Mas…

— Quisiera preguntarle —dijo el abogado atropellando al crítico y con altanería— sobre el artista Fernando Antezana. Es decir: Usted escribió sobre él, ¿verdad? ¿Usted qué profesión tiene? ¿Estudió artes?

— Señor abogado, no entiendo su llamada. ¿Es algún asunto legal? —entrecortó al abogado el crítico—.

— ¡NO! Que torpe —dijo el abogado pensando en voz alta—. Es para saber su opinión sobre la exposición Formas de Luz que se realizó en Altamira Galería, hace unas semanas. Deduzco, por lo que leí, que usted hace críticas a las exposiciones de arte de la ciudad de La Paz, y yo, eventualmente, soy un coleccionista de arte.

— Entiendo —dijo el crítico y comprendiendo las intenciones del abogado—. Mire, seré directo con usted. Seguro es un hombre ocupado, entonces no quiero hacerle perder más tiempo. Las propuestas de Antezana están sobrevaloradas. Los colores que utiliza son sucios, y tanto sus paspartús como sus lienzos están desprolijos y mal enmarcados. La acuarela que se llama —empezó a enlistar el crítico, después de una pausa—, ‘Florinda ramos’ carece de proporción. Las piernas están mal situadas con relación al cuerpo y la luz que está a la izquierda del cuadro no responde a la propuesta de su composición comparando con las dos figuras a la derecha. ‘Es Flor’, por ejemplo, en la parte superior derecha —izquierda para nosotros—, y en todo el centro del cuadro se puede apreciar la suciedad de sus colores y el mal tratamiento de su pintura. Lo mismo sucede en las otras propuestas: ‘Hermanas del lago Titicaca’, ‘Otoño’, ‘Laguna de altura’, ‘Panorama paceño’, ‘Río Abajo’, ‘Tertulia’, ‘Feria Alteña’, ‘Feria’, ‘Ajetreo cotidiano’, ‘Cerca al cielo’, ‘El rugir del Choqueyapu’, ‘Huayna’, ‘Majestuoso’. En este último se puede observar el pliegue y el mal tesado del lienzo. Hecho que se ve bandeado.

Fernado Antezana, Florinda ramos (abajo detalles)
Fernando Antezana, Es Flor (abajo detalles del cuadro)
Fernando Antezana, Hermanas del lago Titikaka
Fernando Antezana, Otoño
Fernando Antezana, Laguna de altura (abajo detalles del cuadro)
Fernando Antezana, Panorama Paceño
Fernando Antezana, Río Abajo
Fernando Antezana, Tertulia
Fernando Antezana, Feria Alteña
Fernando Antezana, Cerca al cielo (abajo detalles del caudro)
Fernando Antezana, El rugir del Choqueyapu
Fernando Antezana, (detalle) El rugir del Choqueyapu
Fernando Antezana, Huayna (abajo detalle del cuadro)
Fernando Antezana, Majestuosos (abajo detalles del cuadro)
Detalle del cuadro Majestuoso

— Entiendo —llegó a decir el abogado frente a la avalancha de información—.

— En ‘Circo’ —continuó el crítico, sin esperar que hable el abogado—, tanto el perro como la bailarina carecen de movimiento y soltura. Es decir: reina la rigidez a pesar de la pincelada aparentemente ágiles. Por otro lado, en: ‘Nido de cóndores’, ‘Sorocchi’ y ‘Latitud’, que son placas de metal, se observa el nulo tratamiento de las piezas, porque empezó a salir la oxidación natural del metal frente al acrílico –si es que Antezana utiliza eso, porque yo creo que utiliza látex pasado–. Por último, en todos sus cuadros se encuentran pelos, filamentos y pelusas de telas recién cortadas y cerda de pinceles baratos. Solo deténgase a observar ‘Entrañas de La Paz’, cuadro que está lleno de lo que le indicó. Ya ni le digo sobre sus esculturas, porque es otro cantar.


Fernando Antezana, Circo
(abajo detalle del cuadro)

Fernando Antezana,
(de arriba a abajo) Nido de cóndores, Sorocchi y Latitud (abajo los detalles de los cuadros)
Fernando Antezana, Entrañas de La Paz (abajo detalle del cuadro)

Parecería que el crítico tenía toda la información en un cuaderno de notas, antes que llamara el abogado Rivera. O, por el contrario, tenía todo estructurado para un escrito extenso y aburrido. El abogado, por su parte, no pudo decir nada y se creó un silencio incomodo. Después de unos segundos, el abogado retomó la conversación.

— Muchas gracias, señor Rosso. Perdone que le pregunte, pero ¿escribirá todo esto en su siguiente crítica? —preguntó el abogado en tono amable—.

— No veo por qué no, señor Rivera. Tengo algunos pendiente de críticas, Pero… ¿Hay algún problema? ¿Estoy en algún problema legal? —insistió el crítico con tono seguro y molesto—.   

— ¡No! Por favor, despreocúpese —dijo el abogado con una voz apacible—.

— Bueno. ¿Necesita algo más de mi persona, Señor Rivera? —llegó a decir el crítico—.

— No, nada. Muchas gracias. Me ayudó a despejar muchas dudas. Que tenga un buen día, señor Rosso —cerró la conversación el abogado Rivera—.

— Buenos días, señor Rivera —dijo el crítico de manera neutra—.

Al momento de colgar el teléfono, el abogado y nieto del Capitán Diego Rivera dijo: es interesante la opinión de este tal Eynar Rosso; pero, no es Pedro Querejazu. Más bien, empezaré a planificar lo que le diré a mi abuelo. Creo que la mejor estrategia es decirle que los cuadros son únicos y, a largo plazo, costarán más. Tal argumento puedo sostenerlo —pensó el guardián de la verdad— con el artículo del crítico Eynar Rosso sobre las huellas en las obras de Alfredo La Placa. Es decir: Si Alfredo La Placa era un antes y después con estos cuadros —dijo en tono risueño el abogado—, Antezana también lo será. ¡Total! Mi abuelo no vivirá más que las obras, y yo, por tanto, seré el heredero directo. Esto —reflexionó económicamente— podría darlo en subastas, antes de que se caiga el látex de las obras. Aproximadamente unos 20 años resistirán las obras; al abuelo le quedan menos que eso —sentenció el abogado que daba clases de ética en la universidad—. Esta situación, me pone en ventaja, pues, Antezana podría ganar más premios y, por ahí, tal vez, un Pedro; lo cual incrementaría el valor de sus obras en el mercado del arte. Además, —sentenció Efraín Rivera— mucha gente con dinero tiene mal gusto. Mi abuelo… es un ejemplo de ello.

Al informarle al Capitán Rivera, a las 1300 horas como había prometido su nieto, aquel telefoneó al galerista de Altamira. Y le dijo en un tono marcial, antes de los respectivos holas y buenos días, lo siguiente: ¡Señor, hay un pelo en mi cuadro!

Después de semejante disparó en el teléfono por parte de El Capitán, los segundos parecían horas para el galerista que estaba al otro lado de la bocina. Tomando aire el galerista, silbó unas letras que El Capitán no llegó a escuchar, pues, le dijo inmediatamente después de esa pausa: ¡Estoy muy agradecido con usted, señor Mustafa! ¡Tengo cuadros invalorables e irrepetibles! ¡Tengo una fortuna invertidos en obras de arte! El galerista sólo alcanzo a decir, antes de que El Capitán Rivera colgara la llamada: ¡Gracias. Me alegra escucharlo!  

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