NUASTI OLVIDA DI REMIRA*
*no te descuides de observar el tiempo, en modismo de negro coripateño
La Revolución Francesa de 1789 marcó un nuevo rumbo en la historia del mundo. Se proclamaba —después de decapitar al rey Luis XVI y a su esposa María Antonia de Austria—, en boca de Robespierre: la libertad, igualdad y fraternidad. No obstante, faltaba poner en práctica estos conceptos. Así lo podemos notar tras la repercusión y repudió que provocó la presentación del cuadro de Marie-Guillemine Benoist con el título de ‘Retrato de una mujer negra’.

La obra presentada en el Salón de París, en 1800, —a seis años de la abolición de la esclavitud de las colonias francesas—, actualmente se encuentra en el Museo del Louvre. En el cuadro se encuentra a una mujer negra sentada, con medio pecho descubierto y mirada desafiante. En la provocación de Benoist notamos prendas nobles que, de manera sutil, configuran la bandera francesa. A los parisinos no les gusto la obra, porque colocaba a una esclava en una posición que solo los dioses, la realeza y las mujeres y hombres libres podían tener. ´Retrato de una mujer negra´, además, dentro de historia del arte del mundo Occidental, es la primera obra que muestra a una mujer de color como figura principal.
En la actualidad hay varios artistas afrodescendientes que empezaron a explorar sus raíces. La referente más conocida para el mundo afrohispánico es Harmonia Rosales. Una afrocubana que pinta escenas históricas y mitológicas con simbología africana y mujeres negras. Así lo podemos apreciar en su obra ´Creación de Dios´, una obra que toma como inspiración a la ´Creación de Adán´ de Miguel Ángel. Rosales, al contrario del maestro renacentista, pinta a una mujer afro que crea a Dios a su imagen y semejanza.

Si ojeamos las páginas de historia del arte en Bolivia, fácilmente podemos concluir que no hay presencia de artistas afrobolivianos; salvo en la música. Esto se debe a que ellos recién en la Reforma Agraria y Educativa del 52 obtuvieron educación y libertad. Si bien el Mariscal Sucre en la Constitución señaló que todos éramos bolivianos y libres en estas tierras, los colonos decidieron hacer caso omiso a la proclama de uno de los padres de la patria. Asimismo, hicieron oídos sordos al Decreto de Indemnización de Manuel Isidoro Belzú, en 1851. Sin ser esto suficiente, la historia de los afrobolivianos está siendo indigenizada y eliminada sistemáticamente. Un caso en concreto es la anulación de su participación en la época colonial en Potosí, más concretamente en la Casa de la Moneda, donde ellos acuñaban y movían el eje central de la laminadora para hacer monedas de plata. Ahora se dicen que eran las mulas quienes movían los engranajes. También se asevera que las huellas que se encuentran alrededor de las acuñadoras eran de indígenas. En la historia de la Guerra del Chaco no se menciona al héroe nacional coripateño Don Pedro Andaverez Peralta, cuyo busto fue robado y no depuesto hasta ahora. Si nos concentramos en el aporte gastronómico o folclórico de los afrobolivianos y la falta de reconocimiento, las cosas son aún peores.
En el arte boliviano las representaciones de afros son casi nulas frente a la representación indígena que es descomunal y saturada. Incluso, pudiendo cometer una equivocación, son solo cuatro artistas que han puesto su mirada en la piel negra, como ser Mario Conde en acuarela, Rosmery Mamani en pastel y Cristian Laime y Telmo Roman en óleo. El interés por parte de la sociedad boliviana, más concretamente paceña, a las expresiones afros se reduce, posiblemente, al baile de la saya. Así lo pude notar en el festival ´Tawarindu lus alaja´ (escarbando los tesoros) realizado en la Cinemateca Boliviana. El festival, que se efectuó desde el 2 al 12 de este mes, contó con una muestra de cine, dos conciertos —uno de jazz fusión y otro de hip hop—, una feria de emprendimiento, un conversatorio sobre la historia afroboliviana, un desfile de moda, cuentacuentos, performance y una exposición de arte. Todos estos eventos llevados a cabo por afrobolivianos.
La invisibilización programática y sistemática de los afrobolivianos por autoridades, investigaciones académicas y medios masivos de comunicación es significativo. Tanto Carmen Angola y Mirian Iriondo lo señalaron en sus exposiciones en la mesa de diálogo ´aportes de las mujeres afrobolivianas en el arte y la cultura´. Apuntando, además, que solo les llaman para ponerle diversidad y color a la foto de turno. Y esto sucede, porque los afrobolivianos (tanto hombre y mujeres) no son rentables políticamente y académicamente; así como lo son actualmente los indígenas y las mujeres no-afros.
Afortunadamente, los afrobolivianos no están lamentándose por esta falta de interés, por esta invisibilización sistemática y por el racismo que aún tienen que vivir tanto de indígenas originarios, mestizos y blancos en nuestro territorio. Ellos como el río sin cadenas van conquistando sus derechos sin resentimientos. En la exposición de Carmen Angola y Sharon Pérez podemos apreciar ese resonar del tambor mayor, el olor del café y la actitud altiva que pinto Marie-Guillemine Benoist en París.
Carmen, desde el 2014, empezó a tomar registro fotográfico de su pueblo. Ahora, ayudándose con la inteligencia artificial, crea fotografías inspiradas en las descripciones que le dan los tíos y tías. En sus fotografías nos trasportamos a esa historia borrada, anulada, blanqueada e indigenizada. Carmen presenta en esta exposición una serie de rostros de mujeres que surcaron con sus manos su historia, viéndolas reflejadas en colores sepias.






Sharon Pérez, por su parte, con pastel en mano, hace retratos imaginarios desde el 2015, en diferentes soportes. Apreciamos: maderas, ventanas y puertas avejentadas por el tiempo; maletas con el peso del viaje realizado en su cubierta y una cabecera de metal corroída por la oxidación al contacto con el aire, el sol y el agua. En cada uno de estos retazos de objetos que pertenecieron a alguien o a algo, encontramos un retrato al pastel de una mujer negra, que nos hipnotiza con su mirada. En las maletas y en la cabecera, a su vez, leemos en letras doradas narraciones en unos casos y en otros se convierten en cabellos con firmes rizos, denotando los cánticos de la saya de alegre melodía que cuentan historias de sangre, sudor y lágrimas.











Ambas artistas no solo escarban los tesoros de su cultura, sino la historia de Bolivia, de la humanidad. Ellas, evidentemente, no se descuidan de observar el tiempo en un idioma propio de los afroyungueños, donde se mezcla el aymara, el quechua, el español y los diferentes idiomas africanos que llegaron. Todos ellos, recordémoslo, perdieron su apellido africano, su idioma y sus formas de entender el mundo al ser secuestrados de África para ser esclavos en el nuevo mundo. Ahora este dolor provocado al ser desprendidos de su madre-patria y todas las injusticias sociales que tuvieron que vivir y viven, lo convirtieron en acción sin resentimientos, en cultura que sana con alegría y en aporte histórico invaluable que debemos revalorizar.