LOS VICEPRESIDENCIABLES
SEGUNDA PARTE: AL FILO DEL ABISMO
A dos meses de las elecciones generales en Bolivia, la incertidumbre domina el escenario político. Las propuestas de los candidatos apenas logran convencer y los niveles de indecisión continúan siendo alarmantemente altos, según las últimas encuestas. A esto se suma la inestabilidad institucional: los vicepresidenciables no cubren escenarios hipotéticos de sucesión en caso de fallecimiento o renuncia presidencial, y las recientes impugnaciones han revelado serias fisuras en la arquitectura interna de los partidos. Mientras tanto, la economía da señales preocupantes de volatilidad, los bloqueos se intensifican semana a semana por la inhabilitación de Evo Morales, y los comicios parecen pender de un hilo.
En este panorama, pueden vislumbrarse dos grandes bloques en pugna. Por un lado, el bloque masista, con sus tres alas principales: los arcistas, los evistas y los androniquistas. Este frente cuenta con el apoyo directo o indirecto de fuerzas como MORENA de Eva Copa, UCS de Jhonny Fernández y el MAS de Eduardo del Castillo. En el otro extremo se encuentra la oposición fragmentada, integrada por: Alianza Libre de Jorge “Tuto” Quiroga, Alianza Unidad de Samuel Doria Medina, Nueva Generación Patriótica de Jaime Dunn, y APB-Súmate de Manfred Reyes Villa.
1. El rol estructural de la Vicepresidencia
El papel de la Vicepresidencia de Bolivia cobra una relevancia central en este contexto. La experiencia reciente ha demostrado que esta figura puede oscilar entre ser un operador político de alto nivel (como el caso de Álvaro García Linera) o un actor meramente decorativo (como lo fue David Choquehuanca). Por ello, cabe preguntarse: ¿qué rol jugará la Vicepresidencia en el ciclo 2025–2030? ¿Será un articulador de consensos en medio de la polarización o se reducirá nuevamente a una figura atrapada entre bloques en conflicto?
En el caso del bloque masista, el rol vicepresidencial estaría alineado con la continuidad del modelo vigente. Arcistas, evistas y androniquistas coincidirían en utilizar la Vicepresidencia como un eje discursivo para legitimar narrativas propias. Si triunfa Andrónico Rodríguez, Mariana Prado ocuparía la Vicepresidencia como una figura ambigua entre los tres sectores. Recordemos que Prado trabajó en el gobierno de Arce y fue ministra durante el periodo de Evo Morales, gracias al aval de Álvaro García Linera. La Vicepresidencia, bajo esta lógica, serviría para posicionar relatos como el del «golpe de Estado» de 2019, la «reconstrucción democrática» encabezada por Arce, y la «revolución socialista democrática» impulsada por Rodríguez. No sería extraño, además, que este cargo se utilice para profundizar el control legislativo y manipular el aparato judicial de manera jerárquica.
No debe descartarse que la Vicepresidencia se convierta en una herramienta para garantizar impunidad y permanencia en el poder, al estilo de la estructura clientelar creada por Maduro en Venezuela. En un escenario donde Andrónico presida el país, Evo emergería como figura simbólica central: un «rey» detrás de la silla presidencial, revalidado como «líder revolucionario» del proyecto nacional-popular-socialista-indianista. Esta arquitectura discursiva se vería reforzada por la capacidad del MAS de absorber o neutralizar fuerzas opositoras dentro del Parlamento, como ya ocurrió con asambleístas de Comunidad Ciudadana y Creemos en el periodo 2020-2025.
En un escenario hipotético en el que Jorge Richter asuma la Vicepresidencia y Eva Copa la Presidencia en las elecciones de 2025, el panorama político podría asemejarse al configurado por la dupla Morales–García Linera. Copa capitalizaría su imagen simbólica como mujer, indígena y alteña que accede a la Presidencia, para construir un discurso de legitimidad y establecer una nueva hegemonía política. Richter, por su parte, pasaría a desempeñar el rol de ideólogo y articulador de las redes discursivas, comunicacionales e institucionales que sostendrían ese proyecto.
2. Vicepresidencia opositora: mediación o marginalidad
En contraste, en el bloque opositor, la Vicepresidencia tendría un papel más complejo, condicionado por la necesidad de negociar con una Asamblea Legislativa muy fragmentada y una oposición sin hegemonía clara. En este contexto, los vicepresidenciables opositores deberían convertirse en operadores políticos institucionales, capaces de generar puentes de diálogo y construir alianzas plurales. Su misión no sería solo la de respaldar al Ejecutivo, sino también la de reconstruir el sistema democrático desde una lógica parlamentaria y de representación diversa.
El vicepresidente opositor ideal tendría que saber escuchar, mediar y articular pactos mínimos de gobernabilidad. Le correspondería, además, revalorizar el carácter institucional del cargo, romper con la herencia verticalista de García Linera, y evitar caer en el simbolismo estéril del actual vicepresidente David Choquehuanca. Entre los candidatos más adecuados para este desafío figuran: José Luis Lupo (Alianza Unidad), con experiencia en la administración pública y privada, aunque representa a la vieja política que articulaba pactos por debajo de la mesa; Juan Carlos Medrano (APB-Súmate), con un recorrido destacable como concejal en Santa Cruz de la Sierra, pero sin un capital político consolidado; Juan Pablo Velasco (Alianza Libre), con experiencia empresarial y tecnológica, pero aún sin un discurso que conecte con una generación que reclama mayor seriedad. Incluso puede citarse a Antonio Sarabia (Acción Democrática Nacionalista), quien tiene una presencia marginal en las encuestas, aunque no así su experiencia teórica sobre la función del Estado desde una perspectiva económica. En contraste, Édgar Uriona (Nueva Generación Patriótica) se presenta como el boliviano que cumplió el sueño americano al convertirse en empresario, pero aparece como el menos preparado para este papel, dada su retórica populista y su perfil de outsider sin anclaje institucional.
3. Más allá de la retórica: ¿una Vicepresidencia decorativa?
Frente a la inestabilidad institucional, el desgaste del modelo masista, la fragmentación de la oposición y las multi crisis a ser superadas, el rol del vicepresidente debe reinventarse como operador estratégico, superando su tradicional papel ornamental. Debería convertirse en un arquitecto del diálogo nacional y garante del equilibrio democrático. La Vicepresidencia no puede seguir siendo un botín político ni una tribuna propagandística sin poder real.
Este análisis, a diferencia de otros centrados en las promesas de campaña, parte del supuesto de que en Bolivia los programas electorales rara vez se cumplen, como lo demuestra la experiencia reciente. Por ello, se ha puesto el foco en el rol estructural e institucional que podría (o debería) desempeñar la Vicepresidencia en uno de los ciclos más frágiles de la historia democrática boliviana. Un escenario aún más crítico emergería si el vicepresidente tuviera que asumir la Presidencia ante una eventual renuncia o fallecimiento del titular. En tal caso, y con las actuales candidaturas, ninguno de los vicepresidenciables parece realmente preparado para afrontar semejante responsabilidad.