LAS HUELLAS DE LA PLACA
[RESEÑA CRÍTICA AL LIBRO DE ÁLVAREZ PLATA Y BREVE CRÓNICA DE UN DESCUBRIMIENTO]
En 1879, en la región cantábrica de España, Marcelino Sanz de Sautuola, aficionado a la paleontología y rico comerciante local, decide ir por segunda vez a la cueva que Modesto Cubillas le había comunicado años después de descubrirla en 1868. Sin embargo, en esta segunda visita a la cueva, lo acompañaba su pequeña hija de 5 años, María Sanz de Sautuola, quien, al levantar la vista al techo, exclamó: ¡mira, papá, bueyes!
Estas palabras vertidas por la niña son, sin duda alguna, la expresión que firma el hallazgo del siglo XIX, ya que en dicha cueva se encuentran los yacimientos más relevantes de la prehistoria. La Cueva de Altamira, en efecto, marcan un antes y un después para comprender el mundo riquísimo de nuestros antepasados de millones de años. De la misma manera, podemos calificar la reinauguración de la Galería Altamira, en la ciudad de La Paz. El esfuerzo de todos estos años, de la mano de Daniela Espinoza y Ariel Mustafa, se ve reflejado en la apuesta por construir un primer piso a su antigua galería.
La construcción realizada por Plaza Asociados, cuenta con paredes móviles para exposiciones y un ambiente donde la luz natural —creado por las paredes acristaladas de forma vertical en la facha principal— muestran el interior de la gradería, amplificando las obras que cuelgan en las paredes del primer piso. Además, el techo es adecuado para el visitante, pues, este siente que no está siendo sofocado por las obras. No obstante, por el volumen del espacio y la retención de aires, creo que debería haber más ventanas deslizantes que ayuden a la ventilación y, a su vez, haber ensanchado el descanso del volado para usarlo de tarima para las inauguraciones, por un lado, y ayudar a la entrada y salida de visitantes, por otro.

El 17 de mayo, día de la reinauguración, la Galería Altamira nos recibió con una serie de obras de diversos artistas. La velada fue tan grata como significativa por reencontrarnos en ese espacio dedicado plenamente al arte, donde con una curaduría delicada se presentó obras de diversos formatos. Aunque, Ariel Mustafá ya nos dejaba con sabor a más, puesto que el 31 de mayo se inauguraría la exposición más importante de lo que va del año y es ‘Inédito’ de Alfredo La Placa.
La Placa es, sin la menor duda, la piedra fundacional del expresionismo abstracto del país. Su pulcritud médica, su paleta de colores olor a tierra y cielo, sus texturas creadas con materiales varios y su diversidad de figuras antropomorfas, son su marca registrada. A lo largo de su carrera nos presentó su riquísimo mundo interior, que fue templado entre las tierras de potosí de su infancia y el ancho mundo europeo que conoció en su juventud. Desbordándose, en consecuencia, en toda su trayectoria artística que suman unos 60 años ininterrumpidos.
En el libro descriptivo de María Isabel Álvarez Plata, titulado ‘Colección La Placa, Obras fundamentales’, que se presentó este año, encontramos una ligera pincelada a la producción artística del gran maestro. En una palabra: es una introducción gráfica. Lamentablemente, la propuesta de Álvarez Plata cae en lugares comunes (describir la paleta de colores, describir la composición, describir lo que vemos, describe lo que conocemos), y no ahonda en el análisis de una producción artística impecable con relación a las contingencias y reflexiones del artista. Cabe señalar, además, que el cuidado de la edición con relación a las imágenes carece de espacio en los márgenes del libro para contemplar las obras, y, a su vez, el olor a tinta de impresión no ayuda a sumergirnos por horas en el mundo pictórico de Alfredo La Placa.
En los anexos de ‘Obras fundamentales’, sin embargo, tenemos el hermoso texto del poeta Juan Carlos Orihuela, que desborda en su mirada preciositas, sentenciando:
Son torsos, son fósiles, tal vez rostros que se acercan entre sí, tal vez cabezas de águila, peces sellados por el tiempo cíclico, memoria de una zoología sólo perceptible a través de luces andinas reflejadas en los lagos, en el lago de ese mundo que asume, así, su condición de alta geografía.
Orihuela amplifica su mirada y dice:
Como algas conjuntas, memoria y silencio se acompañan y corresponden en la obra de Alfredo La Placa. No azar, no destino. El universo levantado en su obra constituye de formas, cosas y sugerencias ya escuchadas, ya dichas, repetidas por una voz circular que transcurre al margen del tiempo. No hay lugar para el olvido porque, como los ecos, todos los sentidos son de ida y vuelta, permanecen suspendidos en los abismos y en los huecos y se despliegan y se reinventan de tanto en tanto pero jamás comienzan ni terminan.
Juan Carlos Orihuela, Silencio memoria herrumbre en: Colección La Placa, Obras fundamentales, p. 133

Esa memoria de una zoología que acuña Orihuela, es lo que vemos en la Cueva de Altamira. No por nada, se la denomino como la Capilla Sixtina de la prehistoria, pues en ella podemos encontrar una fauna diversa y un mundo rico en contenido. En ella percibimos: arte por medio del trazo, el color, la forma. De la misma manera, encontramos esta constelación en las obras del máximo exponente de la abstracción del país, que se encuentra en la Galería Altamira. Las obras de Don Alfredo son un llamado al principio etéreo de las cosas. Así podemos apreciarlo en ‘Luz andina V’, cuya iluminación recorre nuestro cuerpo, para explorarlo, desnudarlo como un ‘Torso 5’, donde la paleta y el pincel pasan a desarrollar ‘Manchas’ y ‘Trazos’ que desembocan en un ‘Gato’ o en ‘Flores’ cósmicas.


Alfredo La Placa, Torzo 5, 1989




Alfredo La Placa, Manchas I, II, III, IV, 2001


Alfredo La Placa, Trazo I (der) 2005 y II (izq), 2014

Alfredo La Placa, Trazo, 2003

Alfredo La Placa, Gato, 1999

Alfredo La Placa, Flores, 1985
No obstante, el gran hallazgo en esta exposición es haber encontrado la picardía de Don Alfredo en sus obras ‘Ecos I y II’. En estas dos obras, encontré huellas dactilares. Al principio, creí que era un error, una desprolijidad. Sin embargo, al hacerles conocer sobre estas huellas a Mario Conde, Rosmery Mamani Ventura y a Ariel Mustafa —quienes estaban en la Galería—, me dijeron que no podía ser un descuido de Don Alfredo, sino un gesto pícaro. En consecuencia, decidí investigar en anteriores exposiciones, en catálogos antiguos y en el libro de María Isabel Álvarez Plata. La conclusión a la que llegué fue que ningún lado hablaban sobre estas huellas como forma de expresión y nadie lo había registrado.

Alfredo La Placa, Eco I, 2010




Alfredo La Placa, Eco II, c. 2010


Detalle de las huellas (centro de la obra)
Los dos cuadros de Don Alfredo con este gesto, en suma, son íntimos. Son ecos que van de ida y vuelta; son sus laberintos registrados en sus huellas dactilares. Son la descomposición del tiempo hecho arte. Sus huellas en los ecos, provocan que lo observemos con detenimiento, de manera microscópica, de forma eterna. No son, por exclusión de términos, meras manchas en el lienzo. Son cuadros vivos que reclaman ser descubiertos en Altamira, y decir: ¡mira, son las huellas de Don Alfredo La Placa!
