LA CONQUISTA DE LA VOZ
[TEXTO CURATORIAL, 2023]
El mundo está hecho de palabras. Entendemos sus formas gramaticales por medio de los signos lingüísticos que cambiaron nuestra historia. Comprendemos las leyes del universo gracias a las fórmulas que crean ecuaciones. Reconocemos las estructuras sociales al rededor del entramado que se crea para describirlas. De la misma manera sucede con nuestro mundo interior. Sabemos de nuestros sueños y pesadillas, de nuestras pasiones y temores, de nuestras alegrías y tristezas, gracias a la palabra, gracias a nuestro idioma que inventó todo lo que conocemos.
El idioma es el alma de un pueblo. Las letras son la cartografía de nuestra propia historia hecha palabras. No obstante, el conquistar ese territorio es harto costoso. No solamente por lo que implica dominar sus estructuras, sino por el costo que tiene el hacernos escuchar. Desde las primeras luchas por el derecho a la ciudadanía hasta la eliminación del Apartheid, pasando por las segregaciones raciales, muchos afros decidieron pagar un alto costo por hacer respetar su voz. El afrontarse a un sistema coercitivo, a una familia que niega sus raíces, a nuestros propios medios por imposiciones socioculturales, la conquista de la voz es por lo único que se paga un alto precio.


Los pasteles secos, producto del polvo quemado de minerales, se convierten en obras con vida e historia gracias a los trazos de Sharon Pérez. Artista afroboliviana que, desde los fondos negros de sus planchas de metal hasta las miradas felinas de sus mujeres, juega con las luces de sus ancestros para retratar y convertir cabellos en letras enraizadas, entrecruzadas, enlazadas. Esas letras que cuentan sus historias, son, también, el reflejo del costo que tuvieron que pagar por conquistar su propia voz. Así, por ejemplo, tenemos la voz de la afrofeminista Bell Hooks y el retrato del historiador afroboliviano Juan Angola Maconde.


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LA VOZ DEL TAMBOR
Hablar cuesta. Y es una rotunda verdad. No solamente cuesta desde el ejercicio de hacer una disertación para persuadir en una decisión, sino, también, en el momento para ganar una calificación que cambiará el rumbo de nuestro destino. Hablar cuesta, porque debemos conquistar nuestra propia voz. Esa que no es impostada sino natural. Esa voz íntima, cercana, cómplice.
Hablar cuesta. Y sí, cuesta mucho. Cuesta desde el momento que nos revelamos frente a nuestros padres, porque impiden que empecemos a crecer. Cuesta porque, al conquistar nuestra voz, somos la respondona enérgica que, a la larga o a la corta, emprende el camino de la infelicidad o la felicidad al mismo tiempo. Responder cuesta la expulsión ejercida a Rosa Park del autobús diseñado para mantener la segregación racial. Responder cuesta una condena carcelaria impuesta a Muhammad Ali por negarse ir a la guerra de Vietnam. Responder un ¡NO!, cuesta, efectivamente, el techo que nos cobijó cuando éramos niños.


Hablar, responder, alzar la voz, por medio de una respuesta negativa, es la forma más humana de enfrentarnos al autoritarismo. Alzar la voz es la encarnación de las luchas que hicieron los afroamericanos por cuidar sus raíces. Raíces donde todo lo que toca lo transforma en alegría, gozo, libertad. Si bien las raíces se pueden ocultar, de una u otra forma; al final, como dice el tío Juan Angola, es el cabello que no miente. El cabello no miente el camino que recorrimos o recorreremos. Ese camino que se habla con risas; ese camino que se escribe con música; ese camino que se lee con risos. Escuchar la voz del tambor, por tanto, es estar en casa.




