IDENTIDADES REPETIDAS Y ESTANCADAS EN EL SUFRIMIENTO

[CRÍTICA A LA EXPOSICIÓN DE IVÁN ALEGRÍA, IDENTIDADES EN EL TIEMPO]

La identidad es una cuerda en tensión. Entendiendo que si se estira demasiado se puede quebrar o, en contraposición, puede soportar a tal punto la tensión que llegue a contraer los extremos. Entre las dos opciones, el resultado es el mismo: una ruptura. La identidad de nuestros abuelos, en otras palabras, quebraron nuestros padres y nuestra identidad está quebrando la de ellos. El tratar de pensar, en ese sentido, que existe una identidad que transciende todos los tiempos, todas las generaciones y todos los acontecimientos históricos sin deformarse, es simplemente una equivocación.

Cabría, en este sentido, preguntarnos lo siguiente: ¿dónde nace el concepto de identidad? Si bien este concepto ya existía desde los matemáticos greco-latinos para entender las relaciones existentes entre términos similares, no es hasta 1950 que el concepto pasará al repertorio de las ciencias sociales. Si embargo, entre estos dos tiempos tan lejanos, existe un punto que los une: el Romanticismo. Este fenómeno sociocultural y filosófico proponía un reconocimiento de los sentimientos y las emociones como vehículos de conocimiento. El Romanticismo, por tanto, invierte en la efervescencia de la necesidad de crear una nación uniforme y unívoca a partir del manejo de las emociones y los sentimientos. Esto provocará a mediados del siglo XIX, en consecuencia, el acenso del nacionalsocialismo al poder y la construcción del Tercer Reich.

En el caso boliviano, por ejemplo, tenemos la construcción de la identidad nacional, por manos del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que fue impulsada a punta de bala, puntapiés y campos de concentración. El segundo gobierno en tener una visión similar es la del Movimiento Al Socialismo. Desde estas dos construcciones de la identidad —primero la mestiza del Nacionalismo Revolucionario, y, posteriormente, la indígena-originaria del Estado plurinacional—, muchos escritores, intelectuales y artistas pusieron su granito de arena para levantar la muralla. Resulta, por tanto, que en pleno auge de la globalización y de la desaparición de las “identidades puras”, haya insistencia en la revalorización y construcción de la identidad.

En términos generales, esto pasa con muchos artistas nacionales, y, en términos específicos, sucedió con la exposición de Iván Alegría, en la sala de exposiciones del Simón I. Patiño, donde presentó cuadros al pastel y esculturas en fibra de vidrio. Dando como resultado una exposición heterogénea.

Las esculturas de Iván Alegría, dentro de la exposición, no tenían un hilo conductor con la temática propuesta. En la sala de exposición, encontramos una escultura de grandes dimensiones que representa a una mujer de pollera que lleva en su interior el busto de un niño; obra, cabe mencionar, ya expuesta en la Galería ANBA hace unos años. La escultura, para comenzar, tanto del niño como la mujer, carecen de una anatomía adecuada. Asimismo, el soporte de la pieza es ruidosa en comparación con la escultura. Por último, el título de la obra es ‘Octubre negro’, pero la pieza carece de darnos mayor información; en otras palabras, también podría haberse llamado ‘Madre’, ya que en una entrevista Alegría revela que es una escultura de él y su madre. Luego tenemos a ‘Séptimo sello’, donde un rostro cubierto de telas sobresale del cuadro. En esta pieza se hace alusión a la película de Ingmar Bergman con el mismo título; no obstante, como sabemos, el cineasta retrata la época medieval que sufría la peste negra, donde todos creía que era un castigo de Dios. Posiblemente, este cuadro tiene más relación con la escultura sentada que lleva como título ‘Reflejos del cáncer’. Aunque, por un lado, la propuesta cae en la literalidad, ya que en el brazo izquierdo la escultura sostiene un pedazo de espejo, y, por otro lado, la obra fue realizada en 2021; por tanto, no tiene ninguna relación con la anterior propuesta inspirada en Bergman. Cierra la selección de esculturas, un rostro que está siendo cubierta con un paño. No obstante, si prestamos atención, es el mismo rostro de ‘Séptimo sello’. En síntesis, las piezas son un conjunto de obras puestas para llenar el espacio.  

Iván Alegría, ‘Séptimo Sello’
Iván Alegría, ‘A un paso’

Hasta este punto, el título de la exposición no se relaciona con las obras presentadas. De la misma manera, sucede con los pasteles. Primero nos encontramos con dos hombres; el primero, viste de manera informal, lleva abarcas, herramientas en los brazos y una mirada esquiva. La segunda propuesta, es un hombre de medio cuerpo con traje y matraca. Ambas, sin embargo, no nos invitan a que las observemos. La forma que están representadas es ajena a nosotros y distante. El uso de la técnica, a su vez, no está bien resulta por la aplicación de pinceladas gruesas para generar luces. Dando como resulta desprolijidad. Acción que se repite en: ‘Esfrancamiento de lo natural’, ‘En contra de mi identidad’, ‘Juegos del hambre’, ‘Dulce pecado’ y ‘Despojo del paraíso’.

Iván Alegría, ‘Juegos del hambre’
Iván Alegría, ‘Dulce pecado’
Iván Alegría, ‘Despojo del paraíso

Estas tres últimas obras —‘juegos del hambre’, ‘Dulce pecado’ y ‘Despojo del paraíso’—, sin embargo, ya fueron expuestas en diferentes salones con una temática diferente, pues, las tres establecen una relación con el pecado original. Asimismo, los pasteles como ‘Ausencia’ y ‘Reflejos’. ‘Esfrancamiento…’ y ‘en contra de mi identidad’, por consecuencia, sería la serie de cuadros que Alegría propone en esta exposición como nuevas y dentro de la línea temática. Así, como la obra ‘Don Mario’, ‘Identidades en el tiempo’ y ‘Recuerdos’.

‘Esfrancamiento…’, —que debería ser Estancamiento de lo natural— es una obra que juega con las transparencias del nylon, así como ‘En contra de mi identidad’. En ambas, sin embargo, se carece de un contenido narrativo dentro de la temática, pues, si nos concentramos con ‘Don Mario’ e ‘Identidades en el tiempo’, ambas nos sacan de la propuesta. ‘Don Mario’, por ejemplo, es un cuadro bien ejecutado, donde se puede ver la destreza con el pastel de Iván Alegría; pero carece de fuerza y vitalidad; los ojos son planos y carecen de luz. ‘Identidades en el tiempo’, por otro lado, retrata a una mujer de pollera de la tercera edad. ‘Recuerdo’, por último, es un cuadro de una niña en tonos grises que se abraza así misma. Ninguna de las obras, salvo por la técnica, aunque con serios problemas en su ejecución, no nos aporta nada más. Aunque podemos sentir la impotencia que siente la niña frente a diversos problemas en su entorno, sus manos nos dicen lo contrario. Por un lado, la mano izquierda de la niña está en tensión, pero la derecha está plácidamente calmada.

Iván Alegría, ‘Estancamiento de lo natural’
Iván Alegría, ‘En contra de mi identidad’
Iván Alegría, ‘Don Mario’
Iván Alegría, ‘Identidades en el tiempo’
Iván Alegría, ‘Recuerdo’

En suma, la propuesta de Alegría carece de una línea temática y de una reflexión de lo que quiere mostrar en una exposición individual; la cual, no es un repaso a su carrera. El juego de la identidad, a su vez, en los tiempos actuales hace recuerdo a un lugar común por parte de muchos artistas nacionales. Es, por consecuencia, ese espacio vació y hueco que se puede colocar absolutamente todo. La construcción de la identidad, además, en comparación con el siglo pasado, es la propuesta sin gracia que destella por una nación uniforme, unívoca y unidimensional, donde, en contraposición, no exista las diferencias, ni los matices. Es, en grado sumo, el acto de regocijo de los artistas que siguen remando en el mar del sentimentalismo neo-indigenista que solo conocen una cosa: representar el sufrimiento y comercializar con ello.  

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