HISTORIAS ENTRE PÁGINA Y PÁGINA

La primera vez que leí un ensayo periodístico fue en Página Siete. Fue una sensación tan grata como emocionante, pues, era una especie de reflexión filosófica y ensayo literario de la realidad que buscaba sacar al lector de su cómodo lugar.

En su suplemento Letra Siete, que salía todos los domingos, pude conocer a un H. C. F. Mansilla que, con un escrito sobre Jaime Saénz, tocaba las fibras íntimas de toda una ciudad dormida en la noche del silencio. Degustaba las investigaciones de Freddy Zárate sobre personajes olvidados por la aplanadora cultural del MNR y sobre los campos de concentración que no están escritos en los libros de historia; ni siquiera en la de los Mesa-Gisbert. Asimismo, conocí la estructura ágil y honda de las entregas de Enrique Fernández García, en la época más difícil del periódico.

Página Siete, por otro lado —y de manera indirecta—, me hizo conocer los entretelones de ensayistas acaparadores que firmaban con seudónimos familiares y, después de ser retirados de la editorial por su línea política, empezaron a defenestrar al periódico, porque empezó a salir el primer suplemento de crónicas literarias liderado por Cecilia Lanza, quien, con esfuerzo sobrehumano, mantiene Rascacielos. Espacio que nació en Página Siete y dio la oportunidad a nuevas plumas a ser leídas.

De la misma manera, conocí el impacto de un libro investigativo, empujado por el periódico, cuyo fin era despertar consciencia en las personas y elegir con la cabeza fría en las elecciones del 2020. Incluso pude saber como ese libro, escrito por Robert Brockmann, era sinónimo para atacarlo por todo, menos por su calidad y propuesta investigativa.

Podría hacer una larga lista de cosas aprendidas al leer las páginas del periódico, una larga historia entre página y página, que el día de ayer cerró su difusión física y virtual. Podría también pensar que su cierre es el resultado de un Gobierno asfixiante y autoritario. Podría pensar muchas cosas…

Sin embargo, creo que es el resultado de como muchos bolivianos van matando las cosas que se deberían mantener. Es decir: Página Siete no llegaba a todos los rincones del país. Pongo un ejemplo: en Cochabamba solo se vendía en el centro; en Sucre llegaba a medio día, y en Tarija rara vez llegaba un ejemplar. Ni que decir si se buscaba en los periodiqueros de la Chiquitania o en Pando. Dicho en una palabra: muchos bolivianos mataron la libertad de expresión y el periodismo independiente en el país. No fue —y me atrevo a decirlo— solamente el Gobierno, como muchos piensan. Fueron todos aquellos que prefirieron comprar un suplemento de crónica amarilla o roja. Fueron aquellos que no saben valorar el periodismo de investigación independiente y su importancia en un país abierto, democrático y tolerante.

¿Ahora, qué nos queda? Nos queda tomar la batuta. Seguir haciendo lo nuestro. Apostar por poner la semilla en tierra fértil, frente a un desierto que crece a paso agigantado y seguro por todos esos medios de comunicación que apuestan por embrutecer a las personas, atontarlas, puesto que es más rentable. Y creo que es por esta razón que cerró P7. No por ninguna otra.

Agradecer y apostar son las dos palabras que debemos rescatar. Agradecer a Luis Fernando Chavez Virreira, quien confió en mis críticas para ser publicadas en Letras Siete. Apostar para que desde nuestras trincheras, creadas con letras, podamos construir un país más independiente, tolerante y, sobre todo, crítico.

[ Embocadura ]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *