EN LA CIUDAD JARDÍN NO SE ENCUENTRAN FLORES
[CRÓNICA DE UN VIAJE TRUNCO]
Resulta incómodo escribir sobre nada. Más aún, cuando las dudas te asaltan sobre si escribir o no… es una buena idea. Me explico. Primero pensaba escribir sobre cómo una expectativa se quiebra al toparse con la cruda realidad. Por otro lado, las dudas florecían para no escribir, porque podía caer en ser tildado fácilmente como el “chismoso del pueblo chico”. Por último, creo suponer que no soy el único que experimento el malestar y, de cierta manera, estas líneas pueden ayudar a retratar un fenómeno en concreto: el malestar en la cultura. Después de barajar estas posibilidades, en esta semana, me incliné por una síntesis que reúna la primera y la tercera. Estas líneas, en consecuencia, me ayudarán a quitarme la incomodo esquina del malestar y, a su vez, en toda mi ingenuidad, tratar de llamar a la reflexión crítica sobre el arte boliviano. Respecto a la segunda reflexión no me preocupo mucho, porque mis detractores siempre dirán cosas negativas sobre mí. Esa es su función. Además, en un pueblo tan chico —como es el boliviano— el infierno siempre es muchísimo más grande.
Concluida la introducción, comencemos con el contexto. El anterior mes, en el periódico Opinión, leí que del 30 de marzo al 9 de abril se expondrían las obras ganadoras del 14 de septiembre. La exposición se realizaría en la Galería ‘Gildaro Antezana’, que se encuentra en la plaza principal de Cochabamba. La emoción al leer la nota fue gratificante cuanto emocionante, pues podría aprovechar el feriado de Semana Santa para observar las obras y, en el mejor de los casos, conversar con algún artista cochabambino sobre la exposición.

La fecha ya estaba agendada y la ruta armada. La organización para un viajero experimentado siempre es primordial. Una persona que viaja sabe que no solamente está invirtiendo dinero, sino también tiempo valioso que podría destinar en otros placeres. Al llegar a la ciudad jardín, hice hora para que la Galería ‘Gildaro Antezana’ estuviera abierta. Aunque era viernes y muchos amigos paceños me sentenciaron que estaría cerrada por el feriado. No obstante, preferí no escucharlos y apele a mi sano escepticismo. Esto porque vivimos en un país laico, e Iglesia y Estado —como dice ese refrán de años atrás— son asuntos separados.
Lamentablemente, no solo estuvo el viernes cerrado —algo comprensible por el feriado—, sino que también estuvo el sábado. Esto me resultó imperdonable y molestoso. Hasta la fecha no comprendo la falta de seriedad con relación a la invitación y la falta de compromiso con la sociedad, con el ciudadano, con el viajero que destina su tiempo para ver una exposición en otras latitudes. Me resulta extraño, además, que se invierta tan poca voluntad sobre eventos de importancia y valía. Por el contrario, es una paradoja que se destine tanto fervor en cuestiones religiosas y cívicas.



Volver a la galería y encontrarla cerrada, me frustró, sin duda alguna. Aunque me lleve una sorpresa mayor al saber —entre preguntas y preguntas— que una dulcera de nombre Shirley era la persona que me podía dejar pasar a la Galería; es decir: no un funcionario de la alcaldía o de la ABAP de Cochabamba, sino una señora alejada del ambiente cultural y artístico. No tengo nada contra la señora; pero me parece insólito este acontecimiento, y más aún que sea algo normal para todos los artistas de Cochabamba.
Al estar al frente de una puerta cerrada y con candando, únicamente tenía una opción: esperar y buscarle a Shirley. No obstante, el resultado fue un tremendo fracaso. La amable señora, que hace de San Pedro de la Galería, nunca apareció, así como tampoco apareció ningún funcionario responsable de la exposición. Si bien esto es una realidad típicamente boliviana, no puedo dejarlo pasar como una brisa de verano.
El esperar tanto a Shirley o a un funcionario, por otro lado, perjudicó mi recorrido planificado con antelación, porque también quería visitar la exposición del Centro Cultural Fearlees, donde exponían siete jóvenes artistas (David Vasquez Quiroga, Diego Rodrigo Torrez Martinez, Briam Mejia Ledezma, José Manuel Nina Maldonado, Josue Calle Ancieta, Ariel Fabian Coaquira y Josue Calle Mamani) con 36 obras montadas. Nada de esto puede apreciar en la ciudad jardín.
A pesar de un viaje arruinado por el fanatismo religioso de autoridades gubernamentales y nacionales, donde el discurso del Estado laico es una hermosa metáfora, el viaje tuvo sus recompensas. Una de ellas es haber conocido a mi librero de cabecera y su hermosa librería en la calle España. Hecho que me inspira a escribir sobre la historia de las librerías y los libreros del país. Sin duda alguna, comenzaré esta serie de escritos con la Librería Anticuario Atenea. Otra de las cosas gratificantes, frente a la perdida de tiempo de esperar en una puerta con un hermoso candado, fue encontrar el Palacio Portales abierto los domingos y volver a ver la exposición de Dalí; aunque no haya cambiado nada de los errores cometidos en la exposición de La Paz, aspecto que señale en mi escrito: ¡Dalí no ha llegado! Lo satisfactorio estuvo en apreciar el montaje y la disposición de las obras en la sala de exposiciones del Simón I. Patiño, y presenciar la cantidad de personas que la visitaban; aunque sea domingo. Algo que nos deja una prueba latente: un feriado puede servir para el turismo artístico cultural.



Haciendo una evaluación de mi viaje trunco, puedo señalar que tuvo sus hermosas recompensas. Pero estás, no son suficientes frente al objetivo trazado desde el comienzo. La ciudad jardín, sin duda, por las acciones que hace frente a la alta cultura, se queda sin ninguna flor. Algo que lamentablemente crece en todo el país.