CRÓNICA DE LOS MUNDOS PROFUNDOS

[ANÁLISIS DE LA MUESTRA ‘HAY SANGRE EN EL PISO, ALEJANDRA’ DE PASCUAL CORI Y FRANZ QUISPE USCAMAYTA EN LA CASA DE LA CULTURA, 2023]

El 3 agosto de 1492, un navegante genovés, surcaba un océano para encontrarse con un continente. El 12 de octubre del mismo año, después de 3 meses de navegación, la riqueza de la fauna y la flora, que se presentaban ante sus ojos del marinero, le servirían para pensar que había llegado al Paraíso. Posteriormente a su primer viaje, Cristóbal Colón explora la tierra nueva que se reproducirá en su mente como una obsesión; después de ver, por primera vez, aquello que se convertirá en el lugar donde el sol nunca descansa. 7 años más tarde, un explorador florentino de apellido Vespucci recorrería el cuerpo del Nuevo Mundo para cartografiar su geografía. Y será, gracias a sus descripciones precisas y apasionantes, que este continente lleva su nombre: América.

Vespuccio despierta América, (grabado, 1638)

Los exploradores y artistas de aquel tiempo mantuvieron una relación más que fructífera. Los primeros describían imaginativamente lo que sus ojos observaban, mientras que los segundos ilustraban lo que se proyectaba en sus mentes; esas imágenes escritas como un bálsamo para la creación. Gonzalo Fernández de Oviedo, por ejemplo, reportaba sus hallazgos de la Nueva España a Carlos V, El Sabio. Este cronista relataba, en un español antiguo, lo que sus ojos lograban contemplar y retener para describir lo que su mente sintetiza deductivamente. Carlos V, a su vez, conocía estas vastas tierras —y todo lo que habitaba en ellas— por medio de las exquisitas imágenes que el explorador le proporcionaba. Cayendo en la duda si lo que leía eran seres de otro mundo o un bestiario de un explorador con una fiebre imaginativa.

La metáfora del explorador que recorre mundos es inquietante como el mundo mismo que recorre sin saber qué encontrará a la vuelta de la esquina. Cada paso que da, en el mismo minuto que desprende la suela del suelo, se vuelve inmediatamente en paraíso e infierno. Dos mundos contrapuestos en una sola dimensión desconocida. La única forma de sobrevivir, por parte del explorador, a un mundo lleno de misterios, es su inteligencia deductiva, el análisis minucioso, el sentido común guiado críticamente, pero, sobre todo, su vivacidad y astucia.

Pascual Cori Y Franz Quispe Uscamayta nos insertan en un mundo desconocido, donde solamente existe una referencia para su exploración, y es: ‘Hay sangre en el piso, Alejandra’. La enigmática frase no solo sentencia una exposición de obras colocadas en las paredes blancas, sino una cadena de preguntas: ¿De quién es la sangre? ¿Es de alguien más o de Alejandra? ¿Quién es Alejandra? ¿Qué hizo Alejandra o que le hicieron a ella?

Mientas ingresamos a la habitación, un rezo sonoro recorre la sala de exposiciones. Las imágenes no nos dan pistas del suceso. Los cuadros alrededor de nosotros, por el contrario, son piezas de un puzle sin marco, sin referencias, sin aliento. La primera imagen que encontramos en el piso es una ciudad con título de maldición: La Paz.

En esa ciudad maldita, los cronistas de lo profundo, nos dibujan figuras contorneantes. Observamos: una mujer rebosante de espuma, un burgués hinchado en faldas, un Illimani sobrecargado de bebida, tal vez, el alcohol caimán que sirve de desagüe. Mientras tanto, la sangre continúa burbujeando en el piso.  

Quispe Uscamayta, La maldición

Levantamos la cabeza y nos percatamos a la distancia unos acróbatas poseídos. Un romance que se convierte —entre las sábanas— en un bestiario imperfecto y descomunal. Nos preguntamos sin tapujos: ¿Acaso no es eso el amor? Es decir: una acrobacia imperfecta. Un ir y venir en la cuerda floja. Un romance entre el cielo y el abismo. Un cóncavo y un convexo. Un parapléjico espiritual en éxtasis. O, solo tal vez, una teoría… desteorizada.

Pascual Cori, Romance imperfecto de un bestiario
Pascual Cori, Des-teorización de un parapléjico

Sátiramente sonreímos, encontramos las incoherencias y pensamos perversamente. Vemos la sangre, vemos a Alejandra, vemos la habitación, vemos el piso. Nos colocamos en los zapatos del otro y sabemos que es una caída segura, pero no sabemos hacia dónde. Tan igual como un elefante encima de un monociclo o un cura sin sotana, mientras las campanas de la torre dan su último grito. Encontramos un número de teléfono, encima de la alfombra de cuadros y debajo de una poltrona: 71945986. Llamamos y tenemos como respuesta el silencio. Alejandra sigue… en el piso.

Pascual Cori, La incoherencia del perverso y el sátiro
Quispe Uscamayta, Olvido demencial

La sangre avanza como un rio sin cause, llevándose todo a su paso. Sangre derramada por todos nosotros y al perdón de nuestros pecados. Sangre nueva y eterna. ¿Vicios, tal vez? O, simplemente, un virus que se desplazan como cabellos al viento. Vicios que nos generan lagunas mentales. Virus que nos dan el equilibrio perfecto de la carne. Carne que crecen como panes. Carne que se inunda de sangre. La sangre también sigue en el piso. Alejandra, lo sabe.

Quispe Uscamayta, Vicios
Pascual Cori, Equilibrio perfecto de la carne

Las piezas del puzle arman una cartografía ambigua de una muerte anunciada, desdibujada, con manchas que se alzan por encima de las cabezas en formas de catedrales. La crónica nos relata un continente sin Dios y, evidentemente, sin Diablo. Abandonamos la locura de las imágenes en el cuarto blanco. Los cronistas Cori y Quispe Uscamayta apagan las luces, nos dejan con los cuadros rojos. La escena es inconclusa, la plomada marca las 12, y es tiempo para salir del claustro. Mañana será otro día. Mañana, habrá otra Alejandra en el piso.  

Quispe Uscamayta, Locura abandonada
Pascual Cori, Equilibro sobre una liturgia gris
Pascual Cori, Silueta inconclusa de una plomada

[ Embocadura ]

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