EN ESE PAPEL BLANCO… HAY LETRAS NEGRAS
Estamos a un mes de ir a votar a las urnas, y yo estoy a diez días de cumplir treinta y cinco. Sobre este puente temporal de interés general y de una arrogancia individual, Bolivia cumple 200 años. Y yo escribo estas líneas desde la ciudad blanca. Capital de mi país. Cuna de la libertad. Eje político de Charcas.
Aquí Bolívar –nuestro padre– dejó su nombre. Dejó su legado.
Aquí Azurduy –nuestra madre– dejó su sangre. Dejó la independencia.
Todos tenemos impreso en la piel el nombre de Bolívar al ser bolivianos.
Incluso yo que SOY AFRO.
Incluyo YO, que no iba a ser reconocido en la Constitución, esa que dice: 36 naciones indígenas originarios y AFRObolivianos.
Incluso YO soy AFROboliviano, teniendo mis raíces en la tierra negra de la África esclavizada.
Incluso YO soy boliviano, aunque lleve el prefijo AFRO.
Fuimos borrados de la historia blanca, mestiza e indígena. Pero no fuimos borrados de nuestra historia.
Fuimos relegados por la academia, por la reforma. Pero no fuimos relegados de nuestras glorias.
Fuimos esclavizados por mujeres y hombres blancos-mestizos-indígenas, pero no esclavizaron nuestro color.
Fuimos desplazados, desnaturalizados, deshumanizados, pero no fuimos desentonados de nuestro sol.

En estos 200 años:
Escucho al hermano indígena, aún lo veo en las calles, pero no comprendo su postración.
Escucho al hermano aymara, lo veo en sus eternas luchas, pero no comprendo su rencor.
Escucho al hermano quechua, lo veo en sus conquistas, pero no comprendo su desatención.
Escucho al hermano blanco, lo veo en su posición, pero no comprendo su dominación.
Veo a mis hermanos, los escucho en el tambor, y comprendo su dolor.
Veo a mis hermanas, las escucho, y comprendo su cosificación.
Me veo a mí, cada mañana. Me escucho a mí, cada noche… y sé por qué la cuancha canta.
Las casas de mi ciudad se desempolvan con empeño. Las aceras se remueven. Las paredes se acicalan. Lo hacen por el 6 de agosto. Lo hacen por los 200 años. Ritual que no hacen todos los días. Limpian la casa para las visitas; no lo hacen para el que vive los 365 días. La otra opinión: lo hacen como acto simbólico de renovación. Lo hacen para mostrar la mejor versión. Lo hacen para decir que, pese a la crisis, podemos salir como nación.
Es como sacar el traje para la boda. El vino más caro. La fiesta del año. El quince años. El cumpleaños. La otra versión: es la representación del desastre de país que somos. La manifestación física del quiebre político-económico-judicial-moral y un largo etcétera. La muestra fáctica de la hora boliviana, de la improvisación, del “mete-le-nomás”, del “alcanzaremos para la fecha, jefecito”. Del “no salió el POA, se lo robaron”. Del “aunque tarde, hicimos”. Del “Roba, pero cumple”. Del “Cumple, pero engaña”. Del engaña, pero gobierna. Gobierna… pero mata.
No importa lo que pensemos. Al final, siempre seremos los que faltaban en la foto. No importa lo que escribamos. Al final, siempre seremos los que no son leídos. No importa lo que soñemos. Al final, nunca seremos elegidos. Nunca gobernaremos.

No somos presidenciables, porque no representamos a la Bolivia-indígena. No seremos presidenciables, porque no represento a la oligarquía-blanca. No soy presidenciable, porque el blanco me diría: “mano negra”; el indio: “negro ’e mierda”; y, el mestizo se pellizcaría para decirse: “suerte negrito”.
Los nombres de mis abuelos han sido olvidados. Aunque estoy en la música, en la caja y el tambor mayor. En el mondongo, en la walusa, en la jawita. En la Casa de la Moneda, en las guerra de la Independencia, en la Casa de la Libertad. También estaba en la hacienda, en el tambo, en la casa. Siendo esclavizado.
Fui esclavizado siendo hombre libre. Fui esclavizado por el blanco europeo en la época del Renacimiento. Fui esclavizado por el criollo en la época colonial. Fui esclavizado por el mestizo en la época de la república. Fui esclavizado y llevado a la Guerra del Chaco. Fui esclavizado por el indio poseedor de tierras desposeídas a los blancos en la época del MNR.
Fui esclavizado por el aymara con el gancho.
Pero nunca pudieron esclavizar mi libertad.
Libertad de pensamiento. Libertad de lucha pacífica. Libertad de ritmo. Libertad de ingenio para aprender aymara, quechua, español y crear el afroyungueño sin olvidar mi dialecto africano. Libertad al pasar de ser 2 en el censo del 2001 a 23.330, once años después, y colocar en la papeleta: AFROBOLIVIANO SOY.
Aunque en este país no pueda ser presidenciable, porque no me encuentro en la historia blanco-mestiza-indígena. Aunque esté en la historia de Bolivia como soldado en sus guerras. Aunque esté en sus bolsillos, ya sea en forma de plata, oro o coca. Aunque esté en el cajue. En la saya. Y en el papel blanco escrito con letras negras. Aunque pase todo eso, en estos 200 años, seguiré escribiendo.
