¿SAMUEL, LA OPCIÓN MENOS MALA? 

En una conversación por redes sociales, una amiga me decía que Samuel Doria Medina era “la opción menos mala” en estas elecciones. Estoy profundamente en desacuerdo. Aquí, mis razones.

1. Un estatista disfrazado de liberal

Samuel sigue creyendo que el Estado debe ser benefactor, emprendedor y distribuidor de riquezas. Ese enfoque ha sido uno de los errores estructurales del país. Pensar que el Estado puede crear empresas y manejar eficientemente los recursos es una fantasía peligrosa. Casos como BOA, Papelbol o EBA son evidencia de que el Estado oculta pérdidas, opera sin control real y termina castigando a unos para premiar a otros, usualmente los más cercanos al poder.

El Estado no debería fomentar ni controlar nada que no pueda regular con neutralidad. Pero el “fomento” estatal, bajo la lógica de Samuel, abre la puerta al favoritismo, a los lobbies, y al clientelismo político.

2. El populista empresarial

Muchos se olvidaron que Samuel influyó decisivamente para que Jeanine Áñez se lanzara como candidata. Esa jugada debilitó a la oposición y abrió el camino para el retorno del MAS al poder. Su angurria es comparable a la de Evo Morales: ambos están dispuestos a cualquier cosa por mantenerse vigentes.

Además, Samuel intenta camuflarse como “accesible” y “moderno” con bailes en TikTok o discursos para “las nuevas generaciones”. Pero eso no es cercanía: es marketing político puro, que oculta un proyecto de poder viejo con rostro maquillado.

3. Un reciclaje de la vieja política

Samuel representa esa vieja clase política que ha hecho del Estado su caja chica. Durante su paso por el gobierno en los años 90, aprovechó su cargo para sus negocios particulares. Su entorno actual, son figuras recicladas de Comunidad Ciudadana como Requena, Barrientos o Nayar, (aunque estas últimas sean millenials) no ofrece ninguna renovación. Puedes ser joven en edad, pero tener ideas de antaño. 

Requena fracasó como senadora por su incapacidad legislativa. Barrientos se autodestruyó con discursos erráticos. Nayar quemó su capital político sin saber articular un proyecto real. Todas ellas reflejan un progresismo elitista sin propuesta concreta. Hablan bien, pero no dicen nada. 

4. El “think tank” camaleónico

Samuel preside la Fundación Vicente Pazos Kanki, que pretende ser un centro intelectual y cultural. Pero su director es nada menos que Fernando Molina, un periodista conocido por su oportunismo. No es secreto que Molina fue parte activa en la articulación de la candidatura de Áñez, como reveló la periodista Meri Vaca. Tampoco es un secreto que su mujer es Susana Bejarano, la defensora del ‘Proceso de Cambio’ desde su programa ‘Esta casa no es Hotel’. En otras palabras: el estratega de Samuel es, ideológicamente, un masista funcional.

fotografía de Samuel Daría Medina. A su derecha Fernando Molina y a su izquierda Julio Linares

¿El mal menor… para quién?

Muchos de los que hoy respaldan a Samuel provienen de esa izquierda caviar que fue desplazada por el masismo: tecnócratas, profesionales urbanos, nostálgicos del MIR, de apellidos reconocidos pero sin cable a tierra. Son los beneficiarios del sistema, no los transformadores del mismo.

Así que no: Samuel no es el mal menor para Bolivia. Es, quizás, el mal menor para ellos: Para las Requenas, para las Barrientos, para los Molinas, para los Sin Miedo, para los Reyes Villa. Es decir: para los que ya estuvieron en la política. Los que no aprendieron y nos llevaron a la catástrofe actual. Y los que ahora, otra vez, se preparan para volver. 

Samuel, por tanto, es el mal encubierto de un masismo rancio pero con cara de «buen tipo» que baila en redes para ganarse seguidores.

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