UNA CASA MUSEO DESTINADA AL OLVIDO

[CRÍTICA A LA APERTURA DE LA “CASA MUSEO” INÉS CÓRDOVA Y GIL IMANÁ]

En la colina del cerro Florida, en Valparaíso, se encuentra ‘La Sebastiana’. Una casona que fue construida para acoger a la poesía y al arte. En la parte de abajo se congregaban esculturas; en la de arriba, letras. Sus propietarios fueron dos grandes amigos que compartían ese gusto por convertir cada rincón en un paraíso. Marie Martner, la dueña del piso de abajo, fue una destacada escultora chilena.  Salvador Allende, en su mandato presidencial, la invitó a realizar el escudo de su país en la entrada de la Casa Presidencial Tomás Moro; obra que en la época de la dictadura chilena fue cubierta por cemento y, posteriormente, fue restaurada en 2006. Martner no sólo creo obras para la residencia presidencial, también lo hizo para su amigo intimó, Pablo Neruda, que ganó, en 1971, el Premio Nobel de Literatura, con sus poemas de una fuerza elemental que da vida al destino.

Escudo de Chile en el ingreso de la casa Tomás Moro, realizado por Marie Martner

Neruda y el matrimonio Velasco-Martner compraron la casa en 1959, de la familia del arquitecto que la construyó, el español Sebastián Collado Maurí, que, tras su muerte, la casona quedo abandona y en obra gruesa. No obstante, el reconocimiento se encuentra en ser llamada la casa de la colina como ‘La Sebastiana’. Posterior a su compra, Francisco Velasco y Marie Martner construyeron la parte de abajo; mientras que el poeta construyó el piso tercero y cuarto y la torre, en dos años. Neruda le decía a la pareja, en tono afable: “Mira hacia arriba y construye para abajo”.   

En el poemario de 1961-62, Neruda incluye una oda a su casa en forma de cabina de barco, con el título: ‘A la Sebastiana’. Ahí el bardo profesa el amor que sentía a aquella morada que le servía de refugio. (Véase el documental ‘Las casas de Neruda’.)

Convengamos, entonces, que la casa de un artista es la impresión de su tiempo, la fuerza de su esfuerzo, la paciencia de su carne, y las pasiones y obsesiones hechas forma, color y materia. Es, en una sola palabra, la muestra de cómo veía el mundo y cómo vivía en él. La demolición de un domicilio que carga este tipo de tesoros, en contraposición, es la pérdida de una biblioteca entera para un bibliófilo, o, por lo menos, deberíamos entenderlo así. No obstante, en Bolivia las cosas son siempre más desoladoras.  

Muchas de las casas en el casco antiguo de La Paz se caen en pedazos. Las remodelaciones son cada vez menos y las demoliciones un factor común. Por otro lado, el construir una casa donde se deja impreso tu alma no es suficiente. Dedicarle toda tu vida en un espacio que se vuelve un universo no importa. Haberte forjado con tus propias manos en cada trazo es una payasada. Y construir un sueño en conjunto hasta darle el último aliento, evidentemente, es insignificante frente a la variopinta fauna de autoridades miopes y obtusas que se encuentran en cargos importantes para el fomento de la cultura y la historia de Bolivia.

La vida y las obras de Gil Imaná e Inés Córdova es el ejemplo perfecto del artista que dedica toda su vida a las artes y destina todos sus bienes a una causa benéfica. Ahora, de fallecidos, pasarán a ser olvidados; aunque hayan destinado su Casa para convertirlo en Museo. Recordemos que, en 1962, después de su paso exitoso por Europa, Inés Córdova regresa a Bolivia y se convierte en la pionera de la cerámica al reconocer su valor artístico. Por su parte, Gil Imaná —que a los 10 años había abandonado la escuela para dedicarse por completo al arte, a los 16 ya estaba haciendo sus exposiciones individuales y a los 17 era parte del Grupo Anteo—, en 1964, a sus 31 años, y como profesor titular de la Academia Nacional de Bellas Artes, conoce en los pasillos a Inés Córdova. Desde ese entonces, ambos unirán sus vidas por un único fin: el arte.

La pareja, que ya había obtenido varios elogios por su trabajo, que envolvió su vida plena y su eterno amor entre estecas y pinceles, deciden abrir la puerta de su casa para convertirla en una galería de arte en 1981. Si bien pudieron esquivar las balas de las dictaduras militares, no pudieron hacerlo con la hiperinflación de la UDP; en consecuencia, la Galería América —como la habían denominado— será carcomida por la escasez de remanentes y cerrará sus puertas en 1985. Su Casa-Galería, por el contexto adverso, pasa a ser taller permanente de creatividad. Testigo silencioso de los bellos momentos que vivió la pareja en su creación continúa y de los invitados ilustres que recorrieron sus muros, fue el árbol de raíces profundas y amplias ramas que se encontraba en el patio principal de la residencia. Hoy, nada de eso se encuentra.

La pareja no tuvo hijos. Pero dejaron alrededor de 6.868 piezas entre pinturas, cerámicas, textiles y objetos de valor incalculable. En 2017, los artistas-esposos donaron todo su patrimonio a la Fundación del Banco Central de Bolivia (FC-BCB); la cual realizó intervenciones a la casa de los artistas en 2021. El 28 de julio del pasado año, reabrieron sus puertas con una exposición venida a menos de Kriz Gonzáles (exembajadora de Venezuela en Bolivia), y con cambios sustanciales a la Casa, que se convertía supuestamente en Museo.

En la actualidad, la “Casa-Museo” Gil Imaná e Inés Córdova sólo cuenta con 45 obras de los esposos. El piso de arriba sirve para oficinas de burócratas del Centro de la Revolución Cultural, que no pudieron llegar a un acuerdo con la Estación Central del Teleférico, porque este último tenía otros propósitos para el espacio. El patio central fue cambiado por completo, se construyó un altillo en la entrada para que duerma los policías de guardia y se quitó de raíz el árbol que la pareja rociaba cada mañana. Las hermosas puertas de metal forjado fueron retiradas; sus pertenencias donadas a la FC-BCB fueron amontonadas en cajones para el olvido; sus materiales, pinceles y hornos removidos para que el polvo se asiente en algún galpón lejano de la ciudad; y su memoria pisoteada por todos los consejeros de la Fundación del Banco Central de Bolivia (Susana Bejarano Auad —politóloga y gestora cultural—, Guido Arce Mantilla —director y actor de teatro—, Jhonny Quino Choque —pintor y muralista—, Roberto Aguilar Quispe —pintor—, José Antonio Rocha Torrico —antropólogo— y Manuel Monroy Chazarreta —cantautor—), y su Director General, el historiador Luis Oporto Ordoñez y el Jefe Nacional del Centro de la Revolución Cultura, el activista por los derechos de las personas LGBT, David Aruquipa.  

Las veces que visitó la “Casa-Museo” de Don Gil Imaná y Doña Inés Córdova —que fue presentada con bombos y platillos por la Fundación—, me llena el alma de desilusión. Verla tan deteriorada me causa un dolor por las intervenciones antojadizas que hizo en esa casona de Sopocachi que albergó tanto arte, cultura e historia. El mal sabor de boca me produjo un dolor en el estómago al observar un árbol de lata que simbólicamente remplaza al de árbol que nunca volverá a la viva. Aquel árbol que, posiblemente, el matrimonio posó sus manos el último día juntos.

Rasgue un poquito de su historia, gracias a los souvenirs cuidadosamente acomodados que trajo consigo el bardo de todas partes del mundo. Una sensación parecida a volar, sentí al acercarme a la ventana, cerca de su escritorio de barco, donde se observaba la costa del pacífico, y me recordó los versos escritos en su poema dedicado a su refugio: Yo construí la casa/ La hice primero de aire. Me maravillé al saber que ningún objeto había sido removido y todo estaba como Neruda lo había dejado después de irse al firmamento. Me acongojo, por último, el saber que la chimenea tenía nombre y apellido bautizado por el poeta: la tina de humo. Evidentemente, nada de esto viviremos al pasar por la “Casa-Museo” de los esposos-artistas Imaná-Córdova.      

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