EL BOLERO DEL ABEJORRO

[RESEÑA DEL LIBRO Y COMENTARIO A LA EXPOSICIÓN DE 20 AÑOS DE TRAYECTORIA DE TELMO ROMÁN]

La historia alrededor de un libro puede ser muy diversa. Existen esos libros que cambiaron la historia de una persona o de una nación. De la misma manera, están los que fueron quemados o indexados en la lista de la censura. También tenemos a los exitosos en ventas y los libros que tenían como destino la hoguera por encargo de sus autores.

En la primera lista están, evidentemente, la Odisea y la Biblia. En la segunda, el primer best seller de Vargas Llosa, que fue quemado por los militares peruanos, y el Elogio escrito por Erasmo, que entró a la lista negra por la pluma del pontificado de Roma. En los éxitos de ventas está nuestro ingenioso Hidalgo que lucha contra molinos de viento y los cuentos que Kafka pidió a su amigo Max Brod que tengan como destino el fuego de las llamas. Cada uno de estos libros tiene una historia y mil historias en particular, así como sus autores. El caso de Telmo Román, no es la excepción.

Él comenzó a vender sus primeros cuentos, en forma de fanzines, en la época de dictadura. Tenía que ser un camaleón frente a los gorilas, y, por eso mismo, su primer cuento se titulaba ‘La lagartija’. A mediados de los años 90, con una cátedra en la Academia Nacional de Bellas Artes ‘Hernando Siles’, pasa de los lápices al pincel y recrea su mundo imaginario; aunque, hay que mencionarlo, él era un gran restaurador de cuadros coloniales. Su primera exposición, que fue por medio de una provocación de “colegas” que sentenciaban que Telmo no era un artista, sino un restaurador, se llamaba: ‘Garabatos’, en 1999. No obstante, siempre tenía ‘Observaciones torcidas’ de como era su realidad, y es así como se llama su segunda exposición en 2002. Para dar paso a ‘Cosas tontas’ en 2003.

La historia de los libros también tiene que ver con la historia de las personas. La Odisea despertó a los griegos el justo medio aristotélico y a Heinrich Schliemann a encontrar Troya. La Biblia fundó una religión y destruyó muchas otras. Con la quema de la Ciudad y los perros, en 1962, se inicia el boom latinoamericano, y con la publicación del Elogio de la Locura, la Reforma Protestante. Esa locura, estulticia y amor galopante a la sin razón se plasma en la cara enjuta de nuestro Quijote, con los sesos quemados por leer libros de caballería. Asimismo, se plasma los rasgos de la deslealtad heroica en la cara de Max Brod por no haber cumplido los deseos de su amigo, Franz Kafka.

En el caso de Telmo y la editorial Autodeterminaciones, que dirige Javier Tapia, podemos encontrar estos rasgos. Sola cabe recordar la negativa de otras editoriales a ‘El bolero del abejorro’ que señalaban que era de autoayuda o, por otro lado, que buscaban textos al estilo de ventas de los cuadros de Mamani Mamani, entre otras injurias que escucho Telmo sobre sus escritos.

Obviamente, ambas editoriales —de cuyos nombres no quiero acordarme o prefiero olvidar—, podemos decir, el día de hoy, que se equivocaron rotundamente. Pero donde hay un error de apreciación; en otro lugar, hay un acierto. Y ese es el acierto de la editorial Autodeterminaciones en publicar dos escritos de Telmo. El primero, en 2018, con ‘El proyecto: Ensayos sobre la identidad’, donde Telmo nos cuenta la historia de un ex revolucionario, Leonardo Azul, que incendia su polera del ‘Che’ a las faldas de la muela del diablo, para después bajar por la ciudad y hacer una radiografía de su tiempo, de sus amigos y de sus ideales. No sin estas tener una pizca de malicia irónica, de cuestionamientos peligrosos que carcome los lugares comunes del credo ideológico de los de izquierda y los de derecha. ‘El proyecto’ no solo es una ficción de la realidad boliviana con una paleta de colores sacadas de la realidad asfixiante que vivimos por la política de turno; al contrario, son reflexiones sobre la cultura, el arte y la literatura. Estas dos últimas relacionadas por otra provocación que Telmo sintió al escuchar a su amigo entrañable, Adolfo Cárdenas, sentenciar: “los artistas plásticos carecían de parlamento para secundar su colección artística.” En otras palabras: los artistas solo pintan, y no escriben. Por todo ello, aquí tenemos un caso excepcional. Telmo escribe y pinta; pinta y escribe.

El proyecto: Ensayo sobre la identidad, 2016
Lectura de Telmo Román de uno de sus cuentos del Bolero del abejorro, en el día de su presentación, 2023

Pinta de manera narrativa. En sus cuadros podemos encontrar historias hilvanadas con el pincel, diálogos que se desarrollan con cada color en el cubo de Hickethier y desenlaces llenos de chispas vibrantes que no encontramos en otro cuadro. Las obras de Telmo, que se encuentra en esta exposición en Galería Chroma, gracias al interés y esfuerzo de las galeristas Claudia Hurtado y Tania Aneiva, son un recorrido de más de 20 años de sueños, fantasmas, pesadillas.

En esta exposición podemos encontrar esa mirada sardónica, hilarante, crítica que Telmo hace de los megalómanos que llegaron al poder pisoteando cabezas. También nos retrata las obsesiones de la gente de a pie y su deseo infinito de querer más haciendo poco. Sus pinturas son, sin duda, una radiografía de aquello que llamamos: el ser boliviano. Por un lado, tenemos a Simón Bolívar ‘El Libertador’ de forma cadavérico, con un símbolo de paz y amor en el cuello y unas hojas de coca en vez de laureles. Le acompaña a esa figura elaborada en linografía un fondo lleno de huevos, unas charras convertidas en sartén con tocinos y huevos. La explicación: que este país es una huevada.

Telmo Román, ‘El Libertador’, 2009
Telmo Román, ‘Diálogo sobre el libro en blanco’, 2009

Después tenemos el cuadro de los Ángeles, donde uno de ellos va descalzo con un maletín sin objeto alguno u otro empieza a tocar el piano en el balcón provocando que un pajarito lo imite. También tenemos a uno que da la espalda a esas calles infinitas de las laderas paceñas, mientras el Illimani va desapareciendo su manto blanco. Sus series de obras se diversifican en ‘Sobre héroes, canallas y otras calaveras’ de 2009; ‘Ensayo sobre la identidad’ de 2016 y ‘El jardín de los ángeles furtivos’ de 2022.

Telmo, como lo había manifestado, no solo pinta, sino que escribe. O… tal vez podríamos decir que pinta escribiendo o escribe pintando. En su escritura del ‘Bolero del abejorro’ podemos sentir a personajes heterogéneos, pero no ortodoxos. Primero nos encontramos con la narración de un hombre de edad madura, que al estilo de Gregor Samsa de la Metamorfosis, su sueño se convierte en una gélida pesadilla, y al ver a un grupo de ancianos desea “licuar[se] en ese caldo de carnes sueltas y arrugadas para vagar por el resto que me queda por la sempiterna niebla”. No obstante, esa pesadilla que suena a despedida, se convierte en la ‘Revolución de las flores’, del cuento ‘La casa de los desaparecidos’ en un grupo que:

No recibe órdenes de los Trump ni de los Maduro, no era una extensión de los Bolsonaro, ni de los Evo Morales. Estaba en la otra orilla de los Franco o de los Stalin, a más de un millón de años de los Pinochet o de los Castro. No había espacio para los Che Guevara, para los Somoza ni los Ortega o cualquier megalómano idiota como Putin que pretende aplicar a patadas y puñetes sus teorías chifladas. La revolución de las Flores era una propuesta filantrópica que planteaba la existencia de una sociedad libre basada en el respeto al prójimo y a la naturaleza, una iniciativa que no manipule las prácticas religiosas ni las tendencias sexuales. El arte y la ciencia, juntas o separadas, eran tan vitales como la educación y la salud, como la leche a los recién nacidos, como la luna para los poetas.

El bolero del abejorro, 2023, p.

Los revolucionarios de las flores, empero, empiezan a desaparecer en ese cuadro sin fronteras que nos retrata Telmo, donde el enemigo es la oscuridad, el frío, pero, sobre todo, el miedo… posiblemente el miedo a la libertad que la oscuridad del miedo los aprisiona. Pasamos de los revolucionarios al agenciador de amores, esperanzas y deseos que no pueden ser cumplidos por personas que viven con un vacío inmutable, de personas solitarias que no pueden amar y ser amadas. El desenlace es una vuelta de tuerca. Es un puñal de la realidad. Es agua fría que corre por nuestras espaldas tras hacer una buena intención y descubrir que empujábamos al mundo al abismo del absurdo.

Telmo, en sus cuentos, tiene una gran tradición literaria. En cada una de sus historias podemos encontrar rasgos de grandes maestros como Kafka, Becket, Sartre o Guy de Maupassant. Así lo podemos sentir en ‘Liviandad, Miércoles, Los inesperados sucesos de Hieronymus’. Por otro lado, tenemos el relato de Ramón García que, en un acto heróico, quema de la casa del tirano. Acto que no solo provocará risas al futuro lector, sino un mal sabor de boca por el final.  

Telmo es un voyerista que ve las pasiones de la gente. Es un retratista del alma, cuya esencia se encuentra pinponeando entre los deseos más sagrados y las perversiones más profundas. Es aquel que parafraseando al agenciador de amores: olfatea las ilusiones, descubre el carácter de nuestros demonios, se acerca a la timidez de nuestros ángeles, desempolva el rincón ceniciento de los sueños y está enterado sobre todos los fracasos amorosos que tuvimos.

Todo eso y más podemos ver en sus cuadros, en sus personajes, en su mundo imposible. Como en su serie de escritos y pinturas, Telmo es un ser que provoca, cuestiona, crítica. Es un abejorro en su bolero. Un voyerista de los entretelones de la política que, por medio de sus imágenes, nos presenta un manifiesto que al unísono gritamos: ¡Viva el Moko-Berde!

Manifiesto del MOKO-BERDE, 2005
Galería Chroma con Telmo Román en el día de su presentación del ‘Bolero del Abejorro’

[ Embocadura ]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *